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Cierto es que Gran Canaria es conocida por sus cálidas playas sureñas y por su capital de amplia oferta cultural y de ocio, pero hay ocasiones en las que hay que mirar al interior para encontrarse con el alma de la isla. Gran Canaria oculta en sus medianías algunos de los lugares más espectaculares de Canarias y siempre es un placer encontrar una excusa para visitarlas.
Era una hora tan temprana que no sabía si era tarde en la noche o pronto en la mañana. Debía llegar a tal hora a nuestro punto de encuentro que no había oportunidad de desayunar. Mi apetito mañanero y yo pusimos rumbo a Artenara.
Ni siquiera las primeras luces habían aparecido cuando llegué a la plaza del pueblo. El silencio era intenso y solo se atrevía a romperlo la brisa fría que me recordaba que estábamos en el pueblo más alto de Gran Canaria. Esperaba junto a mi coche mientras crecía mi ilusión ante el plan del día: visita guiada al yacimiento arqueológico de Risco Caído para ver amanecer y conocer los alrededores.
La verdad es que poco podía ver del pueblo entre la oscuridad de la aurora y la niebla que corría diligente entre calles y plazas. Aun siendo de madrugada, una amable joven nos abrió su pequeña tienda para ofrecernos un café, que fue de agradecer. Productos típicos y locales adornaban las pequeñas estanterías del lugar. Mientras agarraba la taza con ambas manos para calentar mis dedos iba conociendo uno a uno a aquel grupo de desconocidos que se habían reunido de amanecida en los altos de Gran Canaria. Una vez hechas las presentaciones nos tocaba salir hacia a la zona de Risco Caído.
La luz del amanecer en Risco Caído
Nos recogió un micro y en poco menos de media hora estábamos en nuestro destino. Aunque todo el conjunto resulta muy interesante, la cueva número 6 es la más significativa del yacimiento. Tiene planta circular y forma una cúpula.
A unos cuatro metros de altura se abre un orificio por donde penetra la luz solar. De repente nos encontramos todos mirando arriba, observando cómo un haz de luz del amanecer recorría deprisa la cueva horadada, iluminando una a una las señales y símbolos de la pared. Vivimos todos un momento de embrujo, de conexión directa con el culto astral de los aborígenes canarios.
He de reconocer que tuvimos suerte con nuestro guía. Era capaz de expresar de forma magistral su pasión por el yacimiento, el pueblo de Artenara y la cultura en general. Sin duda hizo que aquella no fuera una visita más para los asistentes, la hizo realmente especial.
El micro nos recogió en Barranco Hondo donde pudimos conocer las viviendas trogloditas de la zona y apreciar Risco Caído desde el lado opuesto del barranco. Allí encontramos un pequeño museo etnográfico que las prisas por volver a nuestra hora no nos permitieron conocer. Sin duda nos quedó patente el vasto patrimonio troglodita de la isla de Gran Canaria.
Artenara, un lugar entre rocas
Al regreso, Artenara me regaló un día esplendido y tiempo suficiente para pasear por sus calles y visitar sus rincones. El pueblo debe su nombre al topónimo original, voz de origen amazigh (bereber) cuya traducción es “lugar escondido entre rocas”. Una definición ajustada, ya que hasta los años 30 del siglo XX prácticamente todas las viviendas se situaban en cuevas. Una historia de vida campesina y épocas difíciles dan aroma histórico al centro del pueblo.
Deambulé hasta sentarme a descansar junto a la escultura de Miguel de Unamuno, quien describía acertadamente los paisajes de la zona como “tempestad petrificada”. Me recomendaron, para continuar, otra visita obligada: el Museo Etnográfico de las Casas Cueva de Artenara. Un pequeño museo situado en cuevas que efectivamente fueron usadas como vivienda. Muy bien ambientado y con cientos de objetos antiguos recuperados del olvido y mostrados al visitante para mantenerlos en la memoria. Diferentes estancias escenifican el estilo de vida de la época, las costumbres y los oficios. El cuidado con el que lo mantienen y muestran los propios habitantes de Artenara solo puede ser fruto de un gran amor a la identidad local.
Desde el mismo patio del museo divisaba una de las mejores escenas de la isla con el roque Bentayga en todo su esplendor. Realmente quería conocer el místico roque, pero me corría prisa visitar el gran icono de la silueta grancanaria, el Roque Nublo. Me permití dejar para otro momento la visita al Bentayga y al pueblo de Tejeda. Una tarea pendiente, una maravillosa excusa para volver a Gran Canaria.
El Roque Nublo es un monolito de piedra basáltica que se levanta 80 metros sobre su base y algo más de 1.800 metros sobre el nivel del mar, lo que lo convierte en uno de los mayores roques del mundo. Es, además, un lugar inigualable para la observación de las estrellas y la luna. Con un paseo de 1,5 km alcancé el roque y todas las formaciones rocosas de los alrededores, a las que a lo largo del tiempo se le ha ido dotando de significado animado: el Fraile, la Rana... Desde allí, como en toda la zona interior de Gran Canaria, pude disfrutar de maravillosas vistas. Entre ellas, una de las mejores perspectivas de Tenerife y el Teide que he observado nunca, asomándose orgullosamente sobre las nubes.
La belleza singular de Fataga
Caía la tarde y ya tocaba dirigirme a mi destino, Fataga. Con ese motivo tuve oportunidad de pasar por Tunte, topónimo aborigen con el que se denominaba lo que hoy en día es la cabecera del municipio de San Bartolomé de Tirajana. Como era habitual en la época, el asentamiento castellano se realizaba sobre el poblado aborigen preexistente. Tanto Tunte como Fataga ofrecen paisajes de enormes barrancos de singular belleza, la belleza monumental característica del interior de la isla.
Ya era la noche la que empezaba a caer y me sentía cansada y satisfecha a partes iguales. Tras una relajante ducha me rendí ante las vistas que me ofrecía el pequeño caserío de Fataga. Sus calles empredradas, su arquitectura tradicional, su silencio, entregan al visitante una atmósfera única para el descanso y la desconexión.
Allí sentada leí alguno de los pasajes que el mismísimo Julio Verne escribió sobre Artenara en su obra “Agencia Thompson y Cía”, novela en la que habla de Gran Canaria. “No podía pensarse en pasar la noche en Artenara, pues la hospitalidad de aquellos trogloditas hubiera sido necesariamente muy rudimentaria. Impúsose una hora de marcha todavía y hacia las seis pudieron echar pie a tierra definitivamente en Tejeda, pequeña villa a que ha dado su nombre de Caldera”.
¿Sería aquella una invitación velada a visitar pronto el pueblo de Tejeda? Sea como fuere, recogí el guante para pensar con ilusión en nuevos planes de visita a Gran Canaria.
Mientras tanto, sentarme a ver cómo el sol de iba ocultando tras las casitas iluminadas de Fataga parecía el broche perfecto a un día de ruta mucho más excepcional de lo esperado.