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Hoy quiero llevarte a un lugar legendario. La ciudad de San Cristóbal de La Laguna, en Tenerife, posee varias razones de peso que la convierten en un destino especial que debes visitar. Te hablo no sólo de un casco histórico admirable, perfecto para pasear. Mi propuesta va más allá. Por eso sugiero combinar sus bondades urbanas con una caminata bajo frondosos bosques de laurisilva. La idea es vivir la ciudad desde todas sus posibilidades. Aquí te traigo un plan que aglutina campo y ciudad. Y todo ello, para que puedas hacerlo en menos de 24 horas.
Camino hacia el monte de Las Mercedes
Ocho de la mañana. Decidimos madrugar para poder aprovechar bien el día. El hotel, ubicado en el corazón de La Laguna, ocupa una preciosa casa canaria antigua, con suelos de madera y patio central. Tras un desayuno entre paredes de otro tiempo, tenemos previsto partir hacia el monte de Las Mercedes para pasar una mañana diferente, respirar aire puro y disfrutar de ese silencio que sólo se encuentra en entornos rurales.
El camino hacia la Cruz del Carmen, nuestro destino y punto desde el que nacen muchos senderos en la zona, dura unos agradables veinte minutos en coche. El trayecto requiere como mínimo la parada en el mirador de Jardina, lugar simbólico por sus vistas a la ciudad. Desde allí, La Laguna queda resguardada por un paisaje en el que sobresale el volcán del Teide y la gran cordillera dorsal que divide en dos a la isla de Tenerife. Tras las fotos de rigor, sigue tu camino, a partir de este punto entras de lleno en un paraje tupido de árboles milenarios. Bienvenido al Parque Rural de Anaga.
Una del mediodía. El sendero elegido ha sido un acierto. Caminar tranquilos por las cumbres de Anaga cruzando frondosas masas de laurisilva, entre caídas de agua y espectaculares vistas al vacío, ha cumplido con creces nuestras expectativas. Sin lugar a dudas el entorno es admirable. Nos cuentan que la niebla fina que nos recibió en la mañana empujada por el alisio suele quedar estancada entre estos montes. Ahora, el paisaje húmedo da paso poco a poco al sol agradable del mediodía. La luz que se cuela entre las ramas es un regalo de los dioses. No podemos pedir más. Por eso, tras tomar un tentempié para aguantar hasta la tarde, cogemos fuerzas y decidimos regresar a La Laguna.
De vuelta a La Laguna
Cinco de la tarde. Al llegar al centro fuimos a visitar el Museo de Historia y Antropología (MHA), situado en una de las casonas de mayor valor histórico de la ciudad: Casa Lercaro. La propuesta es recomendable no sólo por las propias instalaciones de la casa, de gran valor arquitectónico, sino porque además su exposición permanente permite entender de manera muy amena la historia de La Laguna y de la isla de Tenerife. Hemos salido con ganas de explorar la ciudad. Nos lanzamos, pues, a caminar estas calles.
Y es que el casco lagunero es un lugar perfecto para pasear. Calles peatonales en las que perderse, para recorrer a pie o en bici, y en las que poder disfrutar de sus múltiples terrazas en mitad de un entorno que huele y sabe a historia: casas nobles y palacetes con fachadas elegantes, su catedral recién reformada o el propio teatro Leal, son sólo algunos de los múltiples ejemplos con los que te irás tropezando y que sirven para constatar que efectivamente has hecho bien al acercarte a La Laguna. Su centro histórico es Patrimonio de la Humanidad, explora sin miedo hasta el último rincón de este entorno urbano colonial.
Ocho de la tarde. Nos hemos pateado gran parte de la ciudad. De casualidad nos encontramos con dos hileras interminables de palmeras en una calle apartada, el Camino Largo, uno de los grandes desahogos urbanos laguneros, lugar tranquilo preferido por muchos para hacer ejercicio al aire libre. También hemos tenido un rato para visitar varias salas de arte y empaparnos del movimiento cultural del que siempre presume La Laguna. Quizá por haber albergado la primera universidad de Canarias, aquí la cultura se respira en las calles.
Escribo esto desde el Tocuyo, un bodegón emblemático cuyas paredes están repletas de frases que han ido dejando los clientes a lo largo de los años. El camarero bromea orgulloso que no sabría calcular cuántas generaciones de estudiantes han pasado por aquí. Este es nuestro punto de partida para cenar, tras haber probado el vino dulce y una tapa de almogrote (una especie de mojo espeso hecho a base de queso curado para comer untado con pan) tenemos pensado acabar el día en La Concepción, zona de moda para ir de tapeo y tomar unas copas.
Medianoche. El fresco de la noche lagunera junto al bullicio de los bares han sido los culpables. Entre tasca y tasca nos hemos dejado contagiar por el ambiente: probamos vinos, quesos, tapas aquí y allá… Ha sido genial. Ahora terminamos el día tomando una copa en un bar ubicado en un pasaje empedrado que conecta dos calles. Aunque el gentío nos incita a seguir, en breve nos iremos al hotel para dar por finalizada una jornada perfecta. Estamos algo agotados pero con la certeza de haber aprovechado mucho el tiempo. La Laguna nos deja un sabor de boca inmejorable. La sensación plena de haber vivido un lugar al máximo. Al menos por un día.