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A veces se piensa erróneamente que Gran Canaria, como isla oriental, carece de estampas rurales, de prados verdes y bosques de pinos. Tejeda y Artenara confirman ese error. El corazón geográfico de la isla es también un entorno rural único, que presume de tener uno de los reconocidos como “pueblos más bonitos de España”.
Una de las zonas más altas de la isla, que mezcla la belleza de los almendros con los bosques de pinos o la inmensidad y la magia del Roque Nublo y el Bentayga. Por no hablar del Teide. Sí, del Teide. Y es que el gran símbolo de Tenerife, la isla vecina, aparece en el horizonte como si marcara el camino de la estela de roques que, en los días de nubes bajas, parecen levitar sobre ellas.
Entre roques y pinos queda espacio para pequeños núcleos rurales, siempre con el característico blanco de esta zona de la isla. Restaurantes donde comer con el sabor más auténtico de las Islas Canarias: buenas carnes, buenos vinos, buenas papas. Queda espacio, sobre todo, para los almendros. En febrero toda el área que rodea Tejeda se convierte en una postal única cuando florecen estos árboles. El resto del año queda disfrutar de sus frutos, con los numerosos postres que se elaboran por esta zona.
La magia del Roque Bentayga
Más allá del Roque Nublo, que domina desde uno de los puntos más altos de la isla toda la zona, merece la pena pasear por las calles de Tejeda, encaramadas entre los barrancos de una orografía rugosa y enrevesada, dejándose seducir por la vista del Roque Bentayga. Más grande que el Nublo, más majestuoso si cabe, como si mirara desde su privilegiada situación la lejana silueta del Teide.
Artenara y sus vistas
Si las vistas desde ese paseo arbolado que tanto se presta a caminar sin mirar el reloj ya son buenas, merece la pena volver a emprender la carretera para llegar hasta Artenara. El pueblo vecino, aún a más altitud y aún más reducido en tamaño, deja una imagen impresionante de todo el centro de la isla. La foto perfecta de los dos roques. En las épocas húmedas, también la imagen perfecta para entender el inconmensurable verde que cubre parte de Gran Canaria.
Caminando junto al risco, por un pequeño sendero aparece enseguida otro de los atractivos de este pueblo. El museo de las casas cueva. Un extraño lugar, lleno de antigüedades y objetos curiosos repartidos en cuevas que antiguamente sirvieron como vivienda. Embriaga imaginar cómo sería despertarse cada día ante semejante terraza, colgada de este mundo en miniatura que es cada una de las islas.
Aquí hay tiempo para pararse a observar, o para disfrutar los paisajes atravesándolos por los muchos senderos que circundan estos pueblos. Para subir a la Cruz de Tejeda, donde el Parador de Turismo, hoy recuperado tras ser dañado por un incendio, corona otra de las vistas espectaculares de las que disfrutar en Gran Canaria. En esta zona los miradores son una colección.
Subiendo por la otra vertiente, por la carretera que lleva al Roque Nublo, también son muchos los senderos que recorrer y las fotos que sacar. Aquí vuelven los pinos, el tupido verde y marrón del bosque por excelencia de las Islas. Perderse por ellos suele ser hacerlo por brumas y nubes, por paisajes que nada tienen que ver con el sol y la playa que se han hecho eternos en otras zonas de Gran Canaria.
Por último, para terminar el viaje, solo queda disfrutar de uno de los atardeceres más espectaculares de la isla. Especialmente en días despejados en los que la figura del Teide aparece en el horizonte.
Son incontables los rincones y lugares para disfrutar del sol escondiéndose bajo nuestros pies, pero sin duda uno sobresale por encima de los demás: la “Ventana del Nublo”. Una grieta única entre la orografía grancanaria que permite ver, como si de un cuadro al óleo se tratase, el sol poniéndose tras el Nublo y el Bentayga, con la figura lejana de la isla de Tenerife siempre presente. El punto y seguido perfecto para este cuento llamado Gran Canaria.