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La isla de La Gomera ejerce una permanente atracción. Nos invita a la visita, al relax, a la sorpresa, al descubrimiento. Tal vez por ello se la considera una isla mágica. Esta vez el deseo llegó en forma de recomendación de un amigo, de esos buenos, que acostumbra a escudriñar nuestros paisajes. Él me sugirió lugares llenos de agua, tierras fértiles y palmas dulces de las que se saca “miel”. Tenía que volver a la isla para conocer estos lugares.
Amanece en Agulo. Este pequeño pueblo merece ser un gran comienzo de nuestra visita. Protegido por altos acantilados, Agulo se erige como uno de los grandes valores patrimoniales de La Gomera. Se trata de un núcleo con un casco histórico que, aunque de reducido tamaño, nos invita a pasear por sus calles empedradas y silenciosas. Presume de una sucesión de casas tradicionales bien conservadas, plazas e historias que llenan de interés cada rincón del pueblo. Es el lugar ideal para un buen desayuno que nos permita comenzar bien el día.
Verde laurisilva en Meriga
Salimos de Agulo por la carretera general hacia Vallehermoso. Tomamos el desvío a la altura del barrio de Las Rosas para dirigirnos a los dominios del Parque Nacional de Garajonay. El barranco donde se asienta La Palmita se nos antoja como reducto de antiguos medios de vida, salpicado de bancales, frutales y flores hasta el mismo borde del bosque de laurisilva. Allí comienza un corto sendero que nos lleva a la presa de Meriga. Unos minutos andando bajo la umbría cúpula forestal y, al llegar a un claro, la naturaleza se nos muestra como un espectáculo de los que deja sin palabras. Una gran cantidad de agua abre hueco entre árboles ancestrales recreando un espacio más propio de una estampa amazónica que de nuestras tierras canarias.
Seguimos la ruta, nos queda mucho por ver. Al retornar hacia la carretera general nos paramos en el barrio de La Rosas, un pequeño y disperso conjunto de casas vigiladas por una enorme presa. El agua protagoniza el paisaje y da cobijo a gran cantidad de patos, cisnes y demás aves acuáticas.
La humedad se vuelve constante y permite que este paisaje torne a un verde intenso. Nos han contado que esta zona es muy conocida por sus buenos restaurantes de carne asada, pero es temprano y nos conformamos con degustar unos cuantos rosquetes de manteca, típicos de la repostería tradicional de la isla, al borde de la laguna.
Y, ¡oh sorpresa!, una vez más nos vuelve a pasar... a lo lejos, como un recuerdo del pasado, escuchamos chácaras y tambores. Hemos coincidido con la salida de la patrona de su iglesia, Santa Rosa de Lima. Los fieles bailan, cantan y elevan los ritmos mientras llevan a su santa a hombros atravesando el también tradicional arco elaborado con frutas, verduras y flores. Sí, nos vuelve a ocurrir, siempre que visitamos La Gomera nos sorprende alguna celebración. Parece que la isla y sus habitantes nos quisieran agasajar con la riqueza ancestral de su acervo cultural.
Vallehermoso y sus secretos de agua
Volvemos a la carretera general y seguimos nuestro camino. Paramos para fotografiar el paraje de palmeras y caseríos de Tamargada. Cada nuevo barranco, cada nueva curva nos muestra una imagen única. Antes de llegar a Vallehermoso nos desviamos hacia una presa con nombre sugerente: La Encantadora.
Esta parte de la isla refleja, como otras muchas en La Gomera, el modo en el que han vivido sus gentes. Todo el norte está plagado de valles frescos llenos de vegetación y han sido transformados a lo largo de los siglos, llenándolos de bancales para aprovechar todos sus recursos.
La Encantadora está rodeada de una enorme riqueza agrícola, palmeras, molinos de gofio en su barranco y nieblas que traen los alisios a sus altos.
Es asombroso comprobar lo bien que sienta el silencio del lugar. Este silencio sólo es roto por las aves, un cercano hilo de agua y cencerros de cabras a lo lejos. El paisaje sobrecoge, se nos presenta como una simbiosis perfecta entre la naturaleza y la vivencia humana. Todos los elementos que lo componen cumplen una misión y se integran para crear algunos de los paisajes más asombrosos de Canarias. Los bosques de brezo y hayas, los bancales cultivados y la arquitectura tradicional crean una unión perfecta a la vez que frágil.
“Miel” de palma, sabor gomero
Mientras caminamos barranco arriba es fácil observar palmeras preparadas para la obtención del guarapo, la savia de la palmera o palma, como se le denomina en La Gomera. Otro secreto que los gomeros han sabido guardar y conservar a lo largo del tiempo. Nos encontramos palmeras con cortes en sus pencas superiores listas para el proceso. Sobre todo es gente joven la que trepa tronco arriba para realizar estos cortes. Tras unos días, el guarapo subirá y comenzará a brotar. Este valioso jugo se recogerá pacientemente para luego calentar al fuego durante horas hasta que adquiera las características que todos reconocemos en la “miel” de palma.
Nos vamos de La Gomera, nos despedimos de la isla a través de los cristales del barco. Desayunando en sus salones, en silencio, reflexionando sobre todo lo que hemos vivido, vamos elucubrando cuándo será nuestra próxima visita. Las nubes, los montes, las nieblas y los paisajes gomeros nos acompañarán durante el tiempo que tardemos en regresar.