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Tazacorte, con su villa y su puerto. Con su mar de plataneras reflejando los dorados de un sol que se pone cada día frente a su playa. Con su historia. Un municipio emblemático al oeste de La Palma, que ha visto pasar los siglos ante la tranquilidad de sus costas y sus montes. Siempre con la mirada vigilante de los gigantes acantilados que lo rodean, que parecen observarlo.
Situado en la desembocadura del Barranco de Las Angustias, esa ancha brecha que viaja desde la Caldera de Taburiente hasta el mar, Tazacorte ha visto entre sus calles y riscos la historia de la isla. En sus costas inició la conquista de La Palma Alonso Fernández de Lugo, allá por 1492, y allí, entre su playa y su villa, se vivieron con una latir especial todas las fases de la historia de Canarias. El cultivo en su día de la caña de azúcar, que luego sustituyó el plátano, y el espíritu pescador de un pueblo que siempre ha tenido presente el mar, han forjado el carácter de un lugar diferente.
Dicen de los bagañetes que son un pueblo singular, no en vano fueron a principios de siglo potencia de este lado de la isla, siendo el mayor núcleo poblacional y comercial del Valle de Aridane. Esa historia ha quedado presente en el puñado de calles que aún conservan la arquitectura de antaño. Tanto en la Villa como en el Puerto, algunos rincones empedrados, con sus casas de estilo colonial pintadas hoy en día en vivos colores, mantienen ese recuerdo.
Gastronomía de mar y platanera
Entre esos callejones, y junto al paseo repleto de terrazas que rodea su playa, Tazacorte también ha sabido convertir esa tradición e historia en sabor y gastronomía. Su muelle pesquero, hoy reconstruido en un grandísimo puerto que espera ser algún día destino crucerista, nutre cada día de excelentes capturas a los restaurantes de la zona, haciendo de su playa uno de los puntos importantes para los amantes del buen pescado. Basta una vieja a la espalda con papas y mojo verde, una copa de vino, y el naranja del atardecer frente a su playa, para no querer irse de La Palma.
Playa y sol eternos
Aunque existen en la isla playas más vírgenes y exuberantes que la playa de Tazacorte, ese bancal de arena negra que se extiende frente al colorido puerto constituye sin duda una de las más cómodas para llegar sin largas caminatas ni accesos complicados. Junto a su paseo, tan solo basta cargarse con la toalla y dejarse embriagar por su clima, casi siempre soleado. Y es que ahí está quizás uno de los grandes puntos fuertes para que este lugar esté marcado en rojo en todos los mapas, y es que el municipio presume de ser el lugar con más horas de sol de toda la isla, seguramente también el rincón palmero con mejor clima.
En el extremo sur del municipio aparece una opción (también de fácil acceso) que si puede presumir de la virginidad y exuberancia natural que caracterizan a las playas de La Palma. La Playa de los Guirres se expande bajo la escarpada orografía de la isla con una mezcla de arena y callaos, con la única presencia externa de los cultivos de plataneras (por los que zigzaguea la carretera que lleva hasta allí) y un pequeño kiosco donde comer o tomar algo. Un rincón de paz.
Los Guirres es además una de las pocas zonas de la isla que disfrutan los amantes del surf, con días de olas realmente atractivos para los avezados en este deporte. Un mar bravío que se calma en verano permitiendo que el baño con prudencia sea posible, dejándose maravillar por sus oscuras aguas de fondo negruzco por la arena y la majestuosidad de los acantilados que conforman hacia el norte la costa del municipio.
De los 14 términos municipales de La Palma Tazacorte es el más pequeño, sin embargo, dure lo que dure una visita a la isla bonita, se debe tener en cuenta. Ya sea para disfrutar de su calma y su sol en una pequeña parada que ponga pausa a la ruta, o para conocer en profundidad este rincón de agricultores, pescadores y navenganes. Sus recuerdos, sus leyendas, su gastronomía y su belleza.
Aquí entre colores, los de sus casas, los de sus fincas y los de sus atardeceres, yace un pedacito de la historia de este rincón del Atlántico. Entre sus plazas y sus calles se mezcla el recuerdo de la grandiosidad de algunas épocas, con la dureza de la vida campesina. En sus mesas se mezcla el fruto del mar con el de la platanera. Y en sus playas el negro de la arena baila cada día con el naranja de su ocaso.