ÚLTIMA HORA: Coronavirus (COVID-19) aquí
Sendas fortificaciones enmarcan el paseo por una ciudad que con los siglos ha ido perdiendo el contacto con el mar. Al pie de sus muros, en ocasiones desaparecidos o deteriorados, resuenan los ecos de antiguas batallas, pero sobre todo la lucha de la capital tinerfeña por ofrecer un espacio de ocio que la conecte de nuevo con su pasado naval.
El recorrido es parte de una línea defensiva que en el pasado se prolongaba bastante más hacia el norte. Quedan fuera, por meros motivos de distancia, el Castillo de Paso Alto y la Torre de San Andrés. Quedan dentro, siguiendo el mismo orden de la narración, la Casa de la Pólvora, el Castillo de San Juan Bautista o Castillo Negro, la Batería de San Francisco, la Batería de La Concepción y el Castillo de San Cristóbal.
Piscinas y fortalezas
Cabo Llanos es el nombre genérico de la zona que alberga las dos primeras paradas. Delimitado por la imponente vecindad de la refinería, su límite meridional lo forman el Palmetum (un asombroso ejemplo de regeneración medioambiental, que consistió en tapar con un palmeral de gran interés botánico lo que en su momento era una enorme montaña de basura) y el Parque Marítimo, en cuyas piscinas de agua salada pasan buena parte del verano las familias santacruceras. Es también una zona preferente para el terraceo estival, aunque hace muchos años que no lo practico.
El primer par de edificaciones defensivas son también las mejor conservadas de toda la ruta. La Casa de la Pólvora es un antiguo almacén de artillería, delimitado por una bóveda de medio punto y abandonado ya en el siglo XIX. Y en su inmediata cercanía encontramos también el célebre Castillo de San Juan Bautista o Castillo Negro, la única de estas fortalezas marítimas que se mantiene en pie. El sobrenombre responde a su mampostería de basalto pero también a la toponimia del lugar, ya que protege la llamada Caleta de los Negros.
Su excelente estado de conservación explica, más que el rigor histórico de aquel episodio, que tome el protagonismo de las recreaciones del 25 de julio, que conmemora la exitosa defensa contra el ataque de la escuadra del almirante Nelson en 1797. No será nuestra única mención a este episodio, que ha quedado instalado en la memoria colectiva con la denominación de “Gesta del 25 de julio”.
Auditorio y Carnaval
En términos menos heroicos, sugiero alejar los pasos en los dos sentidos posibles. Hacia el mar un pequeño espigón que frecuentan los pescadores de caña ofrece una magnífica perspectiva de la propia fortificación, así como del monumental Auditorio de Tenerife Adán Martín. Su blanquísimo aguijón, diseñado por Santiago Calatrava, se ha convertido en uno de los emblemas de la ciudad, aunque a costa de superar continuas polémicas sobre su practicidad y su coste. Hacia el interior, vecino al carril bici que acompañará nuestros pasos hasta el final del texto, encontramos una serie de mosaicos que recrean carteles históricos del Carnaval, la fiesta santacrucera por excelencia.
Baterías de San Francisco y La Concepción
Junto a la entrada al muelle encontramos la Batería de San Francisco, en aparente estado de ruina. Un misericordioso cartel explica que está más bien “en periodo de investigación” y deseo de verdad creérmelo con todas mis fuerzas. Poco queda ya de una construcción que sufrió reformas y replanteos sucesivos desde su construcción inicial a finales del siglo XVII hasta su abandono y cuasi destrucción a mediados del siglo XX.
De la siguiente en la lista, que es también la penúltima, solo queda la memoria. La Batería de La Concepción existe hoy solo en su cartel conmemorativo, situado junto a la rampa de un aparcamiento y que detalla su participación en la citada batalla de 1797 y en el anterior ataque británico de Jennings (1706).
Columpios y máquinas de ejercicio amenizan el recorrido entre la una y la otra. Cruceristas curiosos y ejércitos de críos celebran con gritos agudos el disfrute de estas instalaciones, que han devuelto cierta humanidad al paisaje de esta zona, anexa a las dársenas de carga y cuyo horizonte industrial protagonizan los contenedores y las plataformas navales.
El cañón de nombre felino
El broche final al paseo lo aporta una fortaleza parcialmente resucitada. El Castillo de San Cristóbal fue, durante cinco siglos largos, la principal defensa militar de la ciudad. Protagonista, este sí, de la victoria frente a Nelson, el espacio museístico responde a su recuperación accidental en 2006, durante las obras de remodelación de la Plaza de España. Los trabajos alumbraron entonces un fragmento de su vértice nordeste, que se decidió conservar con buen criterio. Unas pequeñas escaleras conducen a este espacio subterráneo, cuya joya principal es el Cañón Tigre y que puede visitarse de lunes a sábado.
Se trata de una pieza anteriormente alojada en el Museo Militar de Canarias y a la que la tradición popular atribuye el disparo que arrancó el brazo a Nelson durante su tercer y último desembarco frustrado. Con casi tres metros de longitud, nada ejemplifica mejor el orgullo de los chicharreros por la defensa de su ciudad. Será la autosugestión o la cercanía del lago de la Plaza de España, pero contemplándolo percibo, por primera vez, el aroma metálico de la brisa marina.