Una guía para golosos en La Palma

Siempre se ha dicho, y con razón, que el carácter de los canarios es dulce de tan afable y alegre. Por eso, el recuerdo que queda de la visita a cualquiera de sus islas es muy bueno. Completan la experiencia inolvidable un clima que está catalogado como el mejor del mundo (apenas llueve y la temperatura media anual ronda los 24º C), y unos paisajes que quitan el hipo por su belleza y espectacularidad. Tampoco hay que olvidar otro motivo: su gastronomía. Y en el caso de la repostería, uno de los destinos obligados es La Palma, la isla históricamente golosa.

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¿Por qué La Palma cuenta con tan rica tradición repostera? Para entenderlo hay que tirar de historia y recordar el mestizaje de culturas que han vivido las Islas Canarias en su conjunto durante siglos. La mezcla de la gastronomía aborigen canaria con la española, portuguesa, inglesa, e incluso americana, ha ido conformando un variado y extenso recetario a partir de los productos de la isla, como su apreciada almendra, la batata, el queso tierno de cabra, la harina de millo (maíz), el azúcar, la miel de caña… Algunos postres tienen siglos de tradición, como los marquesotes, bizcochos de harina de trigo, huevos y azúcar cortados en forma de rombo que tanto gustaron a Pío IX antes de ser Papa en su visita a la isla en 1823 (se empezaron a llamar piononos cuando fue investido Sumo Pontífice porque el nombre de Pío IX en italiano se pronuncia «Pio Nono»). Otras recetas son más modernas, pero todas destilan una personalidad única.
 

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Para personalidad, la de la recordada Matilde Arroyo, la repostera de referencia en la isla de La Palma, inventora de dos iconos palmeros de lo dulce como son el Bienmesabe y el Príncipe Alberto. No en vano fue condecorada con la Medalla de Oro de Canarias en el 2009 por su labor de divulgación de la tradición repostera de «la Isla Bonita» en la segunda mitad del siglo XX. Su pastelería, ahora en manos de sus hijas, está en Los Llanos de Aridane. El Príncipe Alberto está hecho a base de chocolate, almendras y bizcocho. A esta delicia se le añade al gusto nata montada, con lo que se incrementa su sabor. 

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El caso de Arroyo es la punta del iceberg del nivel y variedad de los postres que se elaboran en esta isla, que cuentan con una merecida fama en todo el archipiélago canario. El Quesadillo junto con el Príncipe Alberto y el Bienmesabe se pueden encontrar en todos los restaurantes de la isla, pudiendo pedir con o sin nata (los dos primeros), y con o sin helado de vainilla (el último). Incluso algunos se consumen solo en fechas señaladas como las sopas de miel,que se hacen para la época de Carnavales, sobre todo para los Indianos. Las abuelas han pasado la receta de generación en generación para comer en las casas y para ofrecerlas a las visitas. Este postre proviene de los trabajadores en los antiguos cañaverales de la isla. Ellos mojaban el pan en la ‘sopa’ del jarabe de la caña de azúcar. Hoy en día, se preparan con este mismo jarabe o se utiliza también miel de abejas y almendras machacadas, no trituradas y tostadas. Hay un dulce que no puede faltar nunca en las mesas palmeras en navidad, especialmente para desayunar el día de año nuevo y el de reyes: el pan de manteca o " roscas" como también lo conocen los palmeros.

 

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La mayoría, sin embargo, no tienen fecha para ser disfrutados. La rapadura, con su característica forma cónica, tiene miel de caña, gofio, azúcar, almendra, canela y limón como ingredientes (hay variedades: de leche, de chocolate, de coco o de huevo). El queso de almendras, con huevos, ralladura de limón y canela, es otro postre típico de La Palma, que se recomienda acompañar con una copita de mistela. 

Tampoco hay que olvidar los almendrados (pequeñas tortitas de pasta de almendra con azúcar y huevo cocidas al horno), ideales para acompañar con una copa de vino de malvasía ; el pan de leche, que se realiza con harina y leche cuajada, azúcar, huevos, canela y ralladura de limón; los mantecados; la pelota de gofio con almendras y miel; los suspiros palmeros (merengues)… En fin, un universo inagotable del dulce en el que cualquier goloso querría entrar para no salir jamás.