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Si bien es cierto que Lanzarote cuenta con innumerables lugares dignos de ser inmortalizados en las fotografías que hoy día circulan por las redes sociales a velocidad de vértigo, no es menos cierto que Arrecife, capital de la isla, viene siendo para muchos la hermana pobre del cuento. Sin embargo, tiene entre sus valores un conjunto arquitectónico de incalculable valor histórico.
En la marina de Arrecife, asentado sobre uno de sus muchos islotes, contemplan imperturbables al paso del tiempo el Puente de las Bolas y el Castillo de San Gabriel, dos edificaciones defensivas de aquellos tiempos de la piratería y la conquista de Canarias. Pasear entre sus muros de piedra o sentarse a contemplar las estructuras que los sostienen es asomarse al pasado y, de esa manera, evocar con cierta nostalgia aventurera aquellos pasajes de la historia que conformaron estas islas y que dejaron una huella imperturbable en nuestra geografía urbana.
Para disfrutar mejor de este entorno te recomiendo entrar sin prisas en el recinto, al que hoy día está prohibido el paso de vehículos, y acceder al Muelle Chico o Muelle de la Cebolla, elemento portuario que sirvió para el despegue económico de la isla, y en particular de la capital, y que dio origen al parque aledaño a través del cual accederemos al lugar.
El parque Ramírez Cerdá es uno de los espacios privilegiados desde donde poder admirar este conjunto arquitectónico singular. Pasear con calma por él mientras nos acercamos al camino de acceso al castillo nos puede predisponer a disfrutar pausadamente de la visita.
Al entrar en la calle de acceso ya podemos contemplar todo el conjunto y cruzar sobre el mar que separa el arrecife en el que se asienta. La escasa profundidad de las aguas costeras ofrece un aliciente más a la espectacular vista de la bahía y apreciamos desde nuestra privilegiada situación el discurrir de la corriente marina atravesando los ojos del puente bajo nuestros pies. A nuestra espalda queda la bulliciosa Calle Real, arteria comercial de Arrecife con su trajín de comercios y terrazas, turistas y lugareños.
El propio empedrado del puente nos condiciona a caminar a un ritmo más pausado y, apenas nos alejamos un poco de la costa, comenzamos a sentir la calma de los lugares sin transitar, de los espacios urbanos sin tráfico rodado y del olor del mar tan presente.
Andando, andando, llegamos hasta la explanada de acceso al Castillo de San Gabriel, hoy día Museo de Historia de la ciudad, que se levanta imponente, flanqueada su puerta por dos magníficos cañones ante los que es bastante difícil resistir la tentación de retratar. Si rodeamos el perímetro del castillo observamos que, tras esta fachada de piedra, en el extremo, podemos sentarnos frente al mar en un lugar solitario y tranquilo en el que contemplar el océano y, si es bien temprano, el amanecer marino de la vida en la costa.
Después de esta parada podemos retomar nuestro paseo por el lugar, regresando a la ciudad por el camino de acceso del castillo al Puente de las Bolas y acercarnos despacio, contemplando a ambos lados del paseo el mar que lo envuelve. A la derecha, el mar abierto donde los arrecifes que dan nombre a la capital salpican la costa, asomando y escondiéndose al ritmo de las mareas; y a la izquierda, el mar interior propicio para el baño de infancias y adolescencias que aún hoy se reúnen en el lugar para escalar los pilares del puente y lanzarse desde lo alto haciendo un clavado sobre la mar sinuosa que fluye bajo sus “ojos”.
Al acercarnos a la plataforma de madera que nos separa de la orilla puede uno dejar volar la imaginación y soñar con aquellos momentos en los que era realmente un puente levadizo que permitía o impedía a voluntad el acceso al castillo. Tantas veces hubo de levantarse para servir de defensa y protección de la población local acosada por los ataques de los piratas desde las cercanas costas berberiscas.
Un cierto vértigo puede que se haga presente, especialmente en los días de mareas vivas o cuando fluyen rápidas las aguas bajo nuestros pies. En los días más calurosos del verano es un imán a veces irresistible…
A pocos metros del puente ya estamos de regreso a la ciudad, en una de sus calles principales, cerca de la zona comercial, de la plaza de la iglesia, con su bullicioso mercado de los sábados y muy próximos a otro lugar que no debes dejar de visitar: el charco de San Ginés, una bella y extraordinaria laguna marina rodeada de casas blancas y colmada de barcas de pesca, refugio singular de todos los marineros de la capital y alma del casco antiguo de la ciudad.