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En el ajetreo diario, en medio de la vorágine cotidiana, mis ojos se quedaron clavados en una carpeta del escritorio de mi ordenador. No tenía nombre, pero intuí que estaba llena de buenos recuerdos, sol, arena, sabores, canciones y emociones. Se trataba de las fotografías de mi último viaje a Fuerteventura. Al abrirla me invadió una sensación explosiva de colores, mil texturas, calidez y música, y mi mente volvió a aquellos días.
Creo que, antes incluso de visitarla, ya amaba esta isla. Había depositado en ella todas las expectativas de descanso y disfrute, y mi viaje para conocerla las superó todas con creces.
Llegamos a Fuerteventura sin planes. Tres amigas necesitadas de un descanso tras una temporada de duro trabajo. Solo queríamos descansar y disfrutar del sol y la playa, solo aspirábamos a dejarnos tentar por todo lo bueno que Fuerteventura nos pudiera ofrecer.
No fuimos muy lejos. Nada más llegar por barco al puerto buscamos un alojamiento en el mismo Morro Jable. Se trata de uno de los núcleos turísticos más importantes de Fuerteventura, así que la oferta de alojamientos turísticos es muy grande y de alta calidad. Nosotras elegimos un pequeño apartamento regentado por una pareja de señores del lugar, en la parte más antigua de la localidad.
Relax color turquesa
Me fascinó el primer contacto con la fina y blanca arena de la playa. El turquesa del agua y la calidez del sol auguraba una muy buena estancia. La rutina del baño de sol y el relax que nos producía parecía un premio.
Cada día después de una ducha y una buena hidratación de piel, bajábamos a cenar. Todas las noches disfrutábamos de estupendos repertorios de música en directo en sus terrazas. Junto al mar había una buena serie de restaurantes y pubs donde elegir. También tuvimos la suerte de disfrutar con actuaciones en la plaza del pueblo durante aquellos días, cantantes y verseadores nos deleitaron con la creatividad. Ya nos sentíamos un poco majoreras, que es el gentilicio de la isla.
Tras dos días de exclusivo descanso ya estábamos listas para disfrutar de todo lo que nos ofrecía la península de Jandía al completo, desde el istmo de La Pared hasta la Punta de Jandía.
Las montañas que hoy vemos en Jandía comprendían lo que antiguamente era una isla que terminó unida a Fuerteventura por el istmo arenoso de La Pared. Allí mismo, en La Pared, comenzó nuestro recorrido. Hoy en día nos encontramos una pequeña urbanización algo inhóspita, un restaurante muy concurrido y una excepcional playa que visitan las sociables e intrusas ardillas morunas. ¡No dejen frutos secos a la vista o aparecerán varias de estas ladronzuelas!
La cara más “salvaje” y animal de Jandía
Al día siguiente decidimos pasear por la playa de Sotavento, un arenal que deja sin respiración. Las nubes reflejadas en las tranquilas aguas traían juegos de luces excepcionales para mi cámara de fotos. La intensa actividad de deportes como el windsurf y kitesurf convivía con tranquilos paseos por la orilla del mar.
Me encantó escuchar a los pájaros al atardecer en un pequeño acantilado donde anidaban, me reunió con la cara más “salvaje” de Jandía. Los tranquilos días están salpicados con frecuentes encuentros con animales silvestres. Además de las mencionadas ardillas morunas, es habitual encontrar grupos de burros pastando en los parques urbanos... ¿dónde van a encontrar mejor hierba?
El ganado caprino y bovino pasta libremente por toda la península en estado semisalvaje y solo se reúne de vez en cuando con las tradicionales “apañadas”. Estas se realizan para comprobar el estado de los animales o para marcar a las crías. Definitivamente me dieron una muy buena razón para volver a Fuerteventura: quiero observar y vivir una de estas tradicionales apañadas.
La belleza salvaje de Cofete
Pero la gran estrella de Jandía, la protagonista absoluta de su belleza, es Cofete. No es fácil llegar a la playa y poblado de Cofete. Una pedregosa pista invita a recorrer despacio el árido paisaje que lleva de sotavento a barlovento. Una guagua muy particular, preparada para este tipo de caminos, hace el recorrido regularmente. Ya desde el mirador de la Degollada Agua Oveja se divisa la playa en todo su esplendor. Casi 14 kilómetros de playa virgen vigilada por las montañas más altas de Fuerteventura y protegidas del turismo masivo por su difícil acceso y su declaración de Parque Natural. Un paraíso para los amantes de la naturaleza en estado puro.
La sensación de libertad, inmensidad y profunda belleza de la playa de Cofete debería ser experimentada por lo menos una vez en la vida. El impacto que produce en el espíritu del visitante es solo comparable a la cantidad de historias que envuelven el lugar. La belleza de Cofete se completa con los retazos de historia y las anécdotas con las que cualquiera se puede encontrar.
Aparcamos junto a los pocos vehículos que llegan hasta allí, al lado de un pequeño cementerio zarandeado por la arena que parece tragárselo. ¿Qué puede haber más pintoresco que un cementerio a pie de playa? Cuentan que la singularidad de su emplazamiento se debe a que la playa era la única zona de Cofete que no tenía dueño, que pertenecía al pueblo y, por tanto, a falta de una iglesia cercana, era el único lugar donde podían ser enterrados los habitantes del poblado.
Toda la península de Jandía era terreno particular. Tras la conquista, sus dueños fueron los marqueses de Lanzarote y condes de Santa Coloma. En 1941, el ingeniero alemán Gustav Winter adquiere la “Dehesa de Cofete” y construye una de las obras más singulares y misteriosas de Fuerteventura: la Casa Winter. Vimos esta extraña mansión por fuera y exploramos sus alrededores, con pena porque justamente en esos días no se encontraban los actuales residentes, que habitualmente dejan visitar el interior de la casa. Allí conversamos sobre la infinidad de historias y leyendas que envuelven la Casa Winter.
Tanta leyenda nos abrió el apetito y buscamos en las escasas casas del poblado un lugar donde comer un buen pescado. Sorprendente que en aquel lugar tan aislado, sin servicios de luz y agua, nos juntáramos unos cuantos visitantes para disfrutar que tan rica comida. Volvimos contentas por aquel pedregoso y polvoriento camino.
Nos tocaba despedirnos del paisaje extremo y sugerente de Jandía. Era mi primera vez en Fuerteventura y no me defraudó. A veces una isla, un ambiente, un tiempo, tiene un efecto casi terapéutico que coloca todo en su sitio, tal y como lo hace un fisio con los músculos del cuerpo. Los recuerdos del sol, el salitre, el ambiente musical, los paisajes vitalistas y el cariño de la gente estarán contenidos para siempre en aquella carpeta del escritorio de mi ordenador, pero yo volveré irremediablemente para crear nuevos recuerdos.