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La Villa de La Orotava es, sin duda alguna, una de las paradas obligadas en cualquier visita a la isla de Tenerife. Y no solo porque puedes disfrutar de un baño en la playa del Bollullo y caminar entre coladas de lava en el Parque Nacional del Teide en un mismo día, sino también por su riqueza cultural, gastronómica e histórica.
Sin embargo, no me he querido volver loca, abarcar demasiado e ir con prisas no ayuda a conocer un lugar en profundidad. Sé de buena tinta que lo mejor es dejarse llevar con tranquilidad calle arriba y calle abajo disfrutando de cada uno de los peculiares rincones que la Villa de La Orotava ofrece, siempre con el imponente Teide mirándome fijamente.
Y hablando del Teide, aprovecho y comienzo el paseo dejándome caer por el moderno Centro de Visitantes Telesforo Bravo, gracias al cual me voy haciendo una idea de cómo era la isla a través de los ojos de aquellos ilustres viajeros que, mucho antes que yo, recorrieron esta zona de Tenerife. La visita es breve pero intensa. A primera hora de la mañana no hay demasiada gente, así que aprovecho para hablar con el personal a cargo del centro: risas, charlas y me doy cuenta de que se me han ido más de 30 minutos. Aquello de que un desconocido es solo un amigo por conocer cobra más sentido que nunca.
He de seguir camino hacia el Museo de Artesanía Iberoamericana, mi siguiente parada. Para ello reemprendo la ruta paseando entre jardines y, cómo no, me topo con una cafetería en la que es inevitable hacer un alto para tomar un rosquete artesanal acompañado de un “barraquito”, es decir, un café con leche condensada y natural, un trocito de corteza de limón, un poquito de canela y de licor. Un clásico en Tenerife.
El día está tan agradable y el ambiente es tan acogedor en La Orotava que me siento como en casa, pero como sé que el museo está literalmente a la vuelta de la esquina, no me demoro en continuar con la marcha.
Museo de Artesanía Iberoamericana de La Orotava
Empezaré por la valoración final de la visita diciendo que fue realmente impresionante, y no solo por las muestras de artesanía que guarda sino también por el ambiente, por la tranquilidad únicamente rota por el repicar de las campanas que marcan las 12 de la mañana, por ese cielo tan azul…, es todo tan bucólico que dan ganas de quedarse un buen rato.
Tal vez me entiendas mejor si digo que el museo ocupa lo que antes era el convento de San Benito Abad. Un convento restaurado y convertido en museo que me lleva al continente americano sin salir de Tenerife. Lo mejor, sin duda, la Sala de la Roseta en la que quedé maravillada con esta forma de encaje con aguja. ¡Es impresionante!
Molino de Gofio
Podría afirmar que el recorrido es esencialmente sensorial, pues a unos pocos metros del museo el olfato es el que me guía hasta mi próxima parada. Un olor a distintos cereales tostados que no alcanzo a distinguir marca el ambiente hasta un molino de gofio cercano.
Aquí es don Manuel quien me explica los pormenores de la trilla y de cómo antaño el molino era propulsado por el agua mientras que ahora se hace con energía eléctrica. Degusto con sorpresa las nuevas barritas de “gofio” (cereal molido) que han comenzado a comercializar. Muy ricas, sí señor.
Paseando por casonas históricas
Sigo en un continuo sube y baja por calles adoquinadas y poco transitadas a esta hora del día. El hambre aprieta pero aún tengo que visitar algunas casonas históricas como Casa Lercaro, donde me regocijo contemplando su impresionante fachada y su bello jardín interior. Si lo llego a saber hubiera esperado a este rincón para tomarme el café, pues el ambiente invita a sentarse a disfrutar del momento.
Continúo hacia las archiconocidas Casa de los Balcones y Casa del Turista, desde donde obtengo unas magníficas vistas de parte del valle de La Orotava. Entre muestras de artesanía y alfombras de arena volcánica procedente del Parque Nacional del Teide y realizadas a mano, es decir puñadito a puñadito, paso un rato bastante agradable. No hay nada como adentrarte en la idiosincracia de un lugar para conocerlo mejor.
Jardines Victoria
Mi visita casi llega a su fin, pero es imposible dejar atrás algunos de los lugares de la villa como el imponente edificio del Ayuntamiento, la hijuela del Jardín Botánico o uno de los miradores más bellos, los Jardines Victoria. Las vistas desde aquí son alucinantes. Decido subirme a lo alto, en donde se encuentra el Mausoleo de Diego Ponte para disfrutar de una vista panorámica de los jardines, el Atlántico y el Teide. Hablando de calma, aquí es donde la he encontrado. Respiro profundamente mientras admiro el cuadro que tengo ante mí.
Cuando el calor ya comienza a apretar me dirijo al Liceo Taoro, entro en la iglesia de San Agustín y finalizo la mañana en uno de los restaurantes de la plaza de la Constitución dispuesta a disfrutar de una buena comida. Me decido por un queso asado con mojos (salsas canarias algo picantes) y unos huevos estrellados acompañados de una copa de vino blanco “del país”, de La Orotava. ¿Qué más puedo pedir?