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Si alguna vez te preocupó que el paso de los años haya podido influir en aquel recóndito lugar de las Islas Canarias que aún te queda por visitar, puedes estar tranquilo: hay lugares en los que el tiempo parece haberse detenido y su huella, si bien está presente, no es en absoluto marca indeleble...
Betancuria, primera capital del archipiélago canario, es uno de esos lugares. Para llegar hasta allí has de atravesar un paisaje dormido de viejas montañas, tranquilos barrancos y sinuosos caminos que te irán sumergiendo poco a poco en una especie de atmósfera serena en la que podrás empezar a apreciar el olor el viento, el silencio de las montañas o el color de los años...
Serpenteando por las laderas de esas magníficas montañas, llegarás hasta el Mirador de Morro Velosa, desde donde podrás contemplar un paisaje excepcional, unos valles a mitad de camino entre el árido desierto y el desolado páramo.
Sabes que no te has perdido porque la señal inequívoca de que estás llegando al lugar que buscas es la presencia inmensa de las dos estatuas de los aborígenes Guise y Ayose que vigilan la distancia y gobiernan el lugar.Pasar de largo es imposible, el irresistible atractivo de su descomunal tamaño te obliga a detenerte. Superada esta singular bienvenida que te transporta a los reinos prehispánicos de Maxorata y Jandía, puedes continuar tu viaje descendiendo poco a poco por la zigzagueante ruta hasta llegar a ese lugar donde las piedras forman parte de un paisaje urbano antiguo como si no existiera ninguna otra manera de poder existir.
Llegados a este punto, ya es del todo innecesario el automóvil. A pie podrás recorrer este lugar y continuar un excepcional paseo por la historia.
Situada en la costa oeste de Fuerteventura, Betancuria fue antigua capital de la isla y primera capital de Canarias. Su nombre le viene dado por el normando Jean de Bethencourt, quien la fundó junto con Gadifer de la Salle en 1404. El valle de Betancuria fue el primer asentamiento de la isla y, junto al Rubicón en Lanzarote, una de las primeras ciudades fundadas por europeos en Canarias. Desde la conquista se convirtió en la capital de la isla y sede de órganos gubernativos, religiosos y administrativos como Cabildo, Juzgados, etc. Los edificios que albergaron tales menesteres aún siguen ahí, aunque algunos, como el convento franciscano de San Buenaventura, el primero de Canarias, esté hoy en ruinas.
La que fuera sede del Obispado elevada al rango de Catedral, entronca su origen directamente con el Cisma de Occidente, allá por el año 1400. Adentrarse en él es recuperar la memoria de los primeros años de la conquista y asentamiento de los españoles en estos territorios de ultramar.
Apenas un poco más abajo entrarás de lleno en esa pequeña población (es el municipio menos poblado de las islas) que, en el devenir de la historia, fue arrasada por una invasión berberisca al mando del morato Arraéz, perdió el obispado y acabó perdiendo la capitalidad de la isla en favor de Puerto Cabras. Sin embargo, deambular por sus calles, declarado conjunto histórico en 1979, te resultará entrañable. Es uno de los escasos lugares del archipiélago donde la huella del hombre y la presencia siempre tan evidente del turismo apenas ha hecho mella.
Quemada, arrasada y desvalijada, esta villa de señorío se volvió a levantar y actualmente el municipio de Betancuria está formado por los pueblos de Valle de Santa Inés, Vega de Río Palmas y la villa histórica de Betancuria, sede del Ayuntamiento y capital municipal. En la ermita de Vega de Río Palmas se encuentra la pequeña imagen de alabastro de Nuestra Señora de la Peña, patrona de Fuerteventura y venerada por todos los majoreros. La villa cuenta además con el Museo de Arte Sacro, el Museo Arqueológico y Etnográfico. Este paisaje está incluido en el Parque Rural de Betancuria, un emplazamiento natural de altísimo valor geológico que incluye el Monumento Natural de Ajuy, formado por las rocas más antiguas de Canarias, un viaje en el tiempo hasta el origen mismo de la formación del archipiélago.
Estos emplazamientos humanos en un valle interior alejado de la costa y rodeado de montañas se debieron a razones militares y estratégicas. Por un lado a su fertilidad, presencia de agua y riqueza vegetal y, por otro, a que esta ubicación ofrecía seguridad y permitía una mejor defensa ante posibles ataques piráticos.
En pocos lugares de estas islas podrás acercarte a la historia completa de la presencia humana como en este lugar, desde los aborígenes al turismo. La calma y el sosiego de sus pequeñas calles y sus antiguos caminos, además de la importancia y magnitud de las piezas arquitectónicas del entorno, te transportan a otros tiempos y te hablan de un pasado que sigue presente y que debemos conservar.
Apenas te hayas ido del lugar es probable que te invada una sensación de extrañeza, de empezar a echar en falta la tranquilidad de un entorno que te transporta a nuestros orígenes, a nuestra historia. Y querrás volver…