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Miraba por la ventanilla del avión. Esperaba ansiosa avistar mi destino, Tenerife. Divisé aquel paisaje verde como si estuviera en primera fila del mejor estreno a pantalla gigante. A mis pies el macizo de Anaga, declarado Reserva de la Biosfera por la UNESCO. Vislumbrar su verdor y sus caminos serpenteantes me recordó que hacía tiempo que quería pasear por esta joya del paisaje tinerfeño. Todavía tenía tesoros desconocidos que mostrarme.
Dicho y hecho. Un día me pertreché de la ropa, el calzado y el grupo de amigos adecuado para pasar un buen día haciendo senderismo. Por fortuna, Tenerife tiene una enorme oferta de senderos para todos los gustos: sencillos, cortos, familiares, accesibles, de larga distancia, para campeones... Pero Anaga se lleva la palma, posee infinidad de caminos que nos relatan historias de cómo vivían y se relacionaban los habitantes de este territorio. Con una actividad tan contemporánea como el senderismo, podemos comunicarnos directamente con el pasado histórico de sus laderas y con las gentes que las trabajaron y habitaron.
Los días de los caminantes suelen comenzar muy temprano. Tocaba madrugar para usar el transporte público hasta a llegar a nuestro punto de partida, Chamorga. Las curvas, subidas y bajadas del recorrido en autobús dejaban ver la inmensidad y belleza del lugar. También advertía que el paseo no iba a ser fácil, el enorme desnivel del territorio así lo confirmaba.
Una de las mejores costumbres de nuestros paseos es tomar un buen desayuno local antes de empezar. Rosquetes de anís y café con leche bien caliente para eludir el fresco que infligían las cargadas nubes sobre Chamorga. Amanecía algo gris, cruzamos los dedos para que no lloviera, pero el tiempo se conformó con conceder la lluvia horizontal. Este curioso fenómeno atmosférico se origina en el choque entre el mar de nubes que traen los vientos alisios y el bosque, dejando así una precipitación casi oculta pero enormemente beneficiosa para la vegetación del lugar. Poco a poco la humedad de las nieblas se va depositando en troncos y hojas, y la condensación la convierte en el agua que mitiga la sed de la tierra. Aquel día parecía que las nubes peinaban los bosques suavemente.
Un recorrido por los mágicos senderos
El sendero nos iba a llevar de Chamorga a Las Palmas de Anaga y luego a las playas de Benijos, Almáciga y Roque de Las Bodegas. Nos esperaban caminos, picos, rocas, barrancos, lugares por donde solían transitar antaño los campesinos que se debían trasladar de unos caseríos a otros. Solo pensarlo da cierto carácter mágico al recorrido, pisábamos las huellas que nos dejaron nuestros antecesores durante siglos. A la magia se sumaba también el hecho de que Anaga está llena de leyendas e historias. Un carácter legendario ilustrado por sus nieblas y musgos.
El camino por el que avanzábamos nos obsequiaba con partes muy sencillas con verodes y brezos, y otras más complejas, con riscos y despeñaderos. Había que tener cuidado y ayudarse de bastones.
Una vez pasadas las casas de Tafada, ya divisábamos el caserío de Las Palmas de Anaga. La vegetación que atravesamos, la frondosa laurisilva, parecía una jungla. Esta formación boscosa es una reliquia de la era terciaria que actualmente encuentra su mejor refugio en la región de la Macaronesia. Esto convierte a nuestras islas en auténticos museos naturales. El bosque es tan vigoroso que crea túneles vegetales en el camino. En ocasiones incluso engullía el sendero, no permitiendo que se apreciara bien, pero nos acompañaban buenos conocedores del terreno.
Los pobladores de Anaga siempre se adaptaron y supieron aprovechar las intrincadas características de sus laderas. En sus caminos podemos encontrarnos con lagares, eras, casas cueva, y viviendas tradicionales donde sus habitantes llevaban a cabo su vida cotidiana y sus arraigadas costumbres.
Las Palmas de Anaga, Bien de Interés Cultural
El caserío de Las Palmas de Anaga es un Bien de Interés Cultural de obligada visita, aunque actualmente se encuentra en total abandono. Tiene tres siglos de antigüedad y su origen es el aprovechamiento del cultivo de la vid, el motor económico de la zona en aquella época. Lo que encontramos hoy es un admirable ejemplo de arquitectura tradicional. Lo constituye una hacienda de una sola planta con patio interior, una ermita anexa y varias viviendas circundantes que pertenecían a medianeros y trabajadores de la finca.
Solo se puede llegar hasta allí caminando, aunque se sabe que contaba con muelle propio lo que le proporcionaba una comunicación marítima envidiable en la época. Esto hizo que fuera una sorpresa descubrir gente que vive allí habitualmente o que tienen una casita para disfrutar del tiempo libre. Encontramos a un joven en el caserío que nos enseñó amablemente la vivienda que pertenece a su familia. El chico se empeña en conservar el inmueble para poder disfrutar del silencio y tranquilidad de los días de Anaga. Nos contó que debe llevar hasta allí todo a pie, pero que le compensa a cambio de poder pasar algunos días alejado del rugir de la ciudad. Fue muy expresivo al contarnos el cariño que tenía hacia la casita que cuidaba y lo que le gustaba pasar los fines de semana en medio del silencio de Las Palmas de Anaga.
Las playas indómitas de Anaga
Nuestro paseo iba llegando a su fin. Tras El Draguillo divisábamos algunas de las playas más espectaculares de Tenerife y a estas alturas el hambre apremiaba. El olor a mar y los poemas contenidos en los paneles del camino nos acompañaban hasta el siguiente caserío.
Primero visitamos la playa de Benijos y sus esculturales roques. La limpia arena negra y su mar bravo la hacen magnética. Disfrutar de ella con la marea baja es una experiencia inolvidable. La mirábamos desde lo alto del camino, entre sus espumosas olas el impresionante acantilado que la domina, pero lo más mundano ganó la batalla y buscamos un sitio para comer. Hay varios restaurantes en la zona que ofrecen buen pescado, así que disfrutamos de una gratificante comida marinera acompañada con vino de la zona.
Ya solo nos quedaba visitar la playa de Almáciga, con sus amantes del surf, y el Roque de Las Bodegas. Esta última playa también está salpicada de conocidos establecimientos especializados en pescado fresco. Debe su nombre a que originariamente tenía un embarcadero desde donde salían los vinos tinerfeños con destino a Europa y América. Mientras los barriles esperaban su partida, reposaban en las bodegas junto al mar.
Ya era tarde, esperamos la guagua sentados en una terraza tomando un “barraquito” (bebida de café muy popular en Canarias que se elabora a base de café, leche condensada y leche). Comentábamos las anécdotas del día y los proyectos de nuevas excursiones y paseos, dando gracias por tener la oportunidad de disfrutar del paisaje y la historia de este rincón de Tenerife. Después de un día algo gris, el sol se entregaba al atardecer. Un regalo más que nos hizo Anaga.