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Joven y hermosa. Esas dos palabras me suelen bastar para describir la isla de La Gomera. Y no son afirmaciones gratuitas en tanto que la isla es, geológicamente hablando, una de las más jóvenes de las Islas Canarias. Pero ahí no acaban mis apreciaciones.
Recorrer la isla colombina a fondo llevaría toda una vida, tiene magníficos rincones en los que parar y ver la vida pasar. Sin embargo, te propongo que me acompañes en un recorrido por lo mejor de La Gomera en un día, una ruta que me llevará desde el océano Atlántico hasta el interior del Parque Nacional de Garajonay.
Ruta por La Gomera
San Sebastián de La Gomera, capital de la isla, no solo es el principal punto de entrada a la isla sino también parada obligatoria para conocer la historia insular. No en vano, por sus calles paseó el mismísimo Cristóbal Colón antes de partir hacia las Indias (al menos eso fue lo que él creyó).
La conocida como Torre del Conde me parece una visita indispensable. El blanco y rojo de sus paredes contrasta con el intenso azul que luce en el cielo. Esta torre sirvió de refugio señorial durante la conocida como Rebelión de los Gomeros allá en siglo XV. La Gomera es muy rica en historia y leyendas.
Me adentro en la calle Real, la vía peatonal del centro de la ciudad, para acercarme a la iglesia matriz de la Asunción, principal templo de la capital cuyo estilo ecléctico mezcla el mudéjar con el gótico y el barroco. Una maravilla. ¿A que te quedarías más tiempo en San Sebastián? Me encantaría pero hay que continuar con la ruta, hay mucho que ver aún y hoy solo cuento con un día.
Continúo el recorrido en dirección sur y me encuentro con un mirador llamado la Lomada del Camello, desde donde me llega una agradable brisa del océano Atlántico. Me detengo y a mis pies, como si fuera un pájaro, observo la conocida como La Villa, San Sebastián de La Gomera.
Me basta conducir solo unos minutos, salir de la capital, para hacerme una idea de cómo es la isla. Abrupta, de profundos barrancos y sinuosas carreteras. A mí, que soy muy romántica, su forma me recuerda a la de una estrella de mar.
Tras unas fotos, sigo mi ruta ascendente y pronto me doy cuenta del cambio de vegetación que me rodea ¿dónde están los cardones y tabaibas? Su lugar lo ocupan ahora esbeltas palmeras canarias que provocan que de repente se me haga la boca agua pensando en el guarapo y la dulce miel de palma sobre un queso fresco gomero. No puedo evitarlo, esos sabores me pierden.
Visitando el interior de La Gomera
En el mirador del Roque de Agando hago otro pequeño alto en el camino. Bajo la atenta mirada de este símbolo de la isla que posee algo más de 1.200 metros de altitud, comienzo a adentrarme en el Parque Nacional de Garajonay, uno de los cuatro Parques Nacionales de las Islas Canarias.
Dejamos atrás las palmeras canarias, que dan paso a otro tipo de vegetación abundante durante la época del Terciario. Adentrarte en el bosque de laurisilva es retornar a un pasado remoto. Sin previo aviso, unas nubes comienzan a cubrir parte de la carretera. El ambiente se humedece, refresca, y el paseo en coche se vuelve místico a la vez que casi tenebroso. Por suerte pronto vuelve a relucir el sol.
El corazón de la isla de La Gomera es zona protegida, un Parque Nacional, y como tal me adentro a explorarlo recorriendo parte de uno de los senderos que encuentro cerca de la Laguna Grande, otro lugar mágico en La Gomera. Una extensa, seca y llana zona se abre ante mis ojos. Como decía anteriormente, La Gomera es pequeña pero rica en historia. Aquí se cuentan leyendas de brujas que danzan bajo la luz de la luna y que se mezclan con una historia trágico-romántica que da nombre al Parque Nacional, la leyenda de Gara y Jonay.
Parte de la historia la encuentro narrada en el Juego de Bolas, el centro de visitantes del Parque Nacional. Un lugar que me parece perfectamente adaptado al entorno pues, al acercarme, cruzo un pequeño jardín botánico con especies endémicas, cada una de ellas perfectamente identificadas. En el centro encuentro también una pequeña recreación de las casas gomeras que me ayudan a entender mejor la forma de vida de la población local.
Aprovechando que es la hora del almuerzo, me acerco al famoso mirador de Abrante. Probablemente es uno de los miradores que me generan admiración y nerviosismo a partes iguales. Realizado en cristal parece volar en el vacío. Me acerco a su interior y doy los primeros pasos de forma lenta, asegurando su firmeza. Poco a poco cojo confianza y me adentro en él. Bajo mis pies se extiende el municipio de Agulo, el Atlántico me parece infinito y a lo lejos intuyo la silueta del omnipresente Teide.
Tras reponer fuerzas comienzo a retornar a La Villa cruzando los municipios de Agulo y Hermigua. Quiero aprovechar el tiempo libre que me queda paseando de nuevo por la capital y haciendo algunas compras de productos típicos de La Gomera como el almogrote, miel de palma y un queso para que, al regresar a casa, los sabores me recuerden dónde he estado.