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Sí, Fuerteventura tiene algunas de las mejores playas de Canarias sin duda, pero no por eso hay que olvidarse del centro de la isla. Desde la histórica Betancuria a la sagrada montaña de Tindaya, pasando por un lugar de peregrinación como la Vega del Río Palmas, la zona montañosa de este paraíso también tiene muchísimo de lo que disfrutar.
Hay que ponerse al volante, salir de la costa y adentrarse en esas peñas, no muy altas pero siempre presentes, para descubrir la autenticidad de la Fuerteventura antigua. La de aborígenes y conquistadores que dejaron allí lugares sagrados.
Precisamente Antigua se llama una de las primeras poblaciones que aparece en el interior viajando desde la capital o desde el aeropuerto. Desde su pequeña plaza, rebosante del pacífico espíritu rural de la isla y custodiada por las dos torres de la iglesia, ya se atisba la zona montañosa tras la que se esconde ese corazón que hicieron latir aborígenes y conquistadores.
Desde su tranquilidad, esa tan genuina de los pueblos canarios, comienza la ruta de carreteras sinuosas que nos lleva a ver desde arriba la extensión de la segunda isla más grande del archipiélago canario. Toca seguir los carteles rumbo a Betancuria, primer vestigio hispánico en estos lares, y hacer una parada obligada en el mirador de Morro Velosa.
Ya sea subiendo al que seguramente sea uno de los restaurantes con mejores vistas de la isla, o simplemente haciendo un alto en la carretera en un mirador que seguro llamará la atención, custodiado por dos altas estatuas. Las figuras de dos aborígenes miran al horizonte, y merece seguir su mirada, pues la casi infinita, seca y árida de Fuerteventura se abre ante nosotros: esa belleza desértica difícil de explicar.
El Morro Velosa hace también las veces de puerta de entrada al Parque Rural de Betancuria. Región histórica y escondida en lo más profundo de la isla. Bajando desde allí pronto avistaremos la que en su día fue la capital, protegida por la orografía de los ataques desde el mar. Lo que hoy se asemeja a un pequeño y acogedor pueblo olvidado de los hoteles o las grandes masificaciones turísticas, rebosa en realidad historia por los cuatro costados.
La recomendación no puede ser otra que parar el coche y perderse dejando el reloj aparte. Caminar sobre sus adoquines, sentir su silencio, aprender de su historia. Lugares como el Museo Arqueológico y Etnográfico, la iglesia de Santa María o los restos del Convento Franciscano, el primero que se construyó en la isla.
Betancuria, capital histórica
Pasear por las pequeñas calles de Betancuria es hacerlo por 500 años de historia. Fundada en el siglo XV, es uno de esos lugares a marcar en todo mapa del que quiera aprender de la historia del archipiélago. La demostración de que en este paraíso de arenas blancas y aguas cristalinas queda espacio para el valor cultural, para dejar por unas horas el frescor del mar y adentrarse en el interior.
No acaba aquí la ruta por la zona más rural y profunda. Siguiendo la carretera, a través de un valle que mezcla el marrón de la tierra majorera con el verde de las palmeras que se reparten junto a la vía, aparece la Vega del Río Palmas. Lugar de peregrinación, pues cada septiembre miles de peregrinos acuden desde todos los puntos de la isla a rendir tributo y tradición a la patrona de Fuerteventura: la Virgen de la Peña.
Vega del Río Palmas, lugar de peregrinación
La Vega del Río Palmas es con toda probabilidad uno de los puntos más aislados y remotos. Unas pocas casas, una pequeña iglesia, un único bar… la definición de la tranquilidad rural entre el blanco de sus paredes y la sombra de las palmeras. Buen lugar para bajarse de nuevo del coche, para dejarse cautivar por el silencio. Parece que aquí se hubiera parado el tiempo e, incluso el viento, siempre presente en una isla a la que da nombre, dejara de sonar.
Aquí podría concluir la ruta, pero para quien guste de la carretera y quiera seguir conociendo las profundidades de este pedazo de tierra, hay más. Subiendo de nuevo por el que seguramente sea el camino más estrecho y enrevesado de toda la red insular. Circulando entre acantilados hasta el mirador del Risco de Las Peñas.
Esta es la puerta de salida, así como el Lomo Velosa fue la de entrada. Situados en una de la cimas más altas de una isla que apenas supera los 800 metros en su máximo es buen momento para cerrar un viaje por lo rural. En estas alturas ha vuelto el viento, con los cuervos volando bajo nuestros pies. Aquí se vuelve a ver el mar, ese que quedó sorprendentemente olvidado entre montañas. Aquí comenzará de nuevo la Fuerteventura de las aguas cristalinas, pero nunca se debe olvidar que el corazón de la isla tiene latidos rurales, y se esconde entre estas montañas.