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Si alguna vez soñaste con explorar nuevos mundos estás de enhorabuena. En la isla de Lanzarote esto es posible gracias al sendero de Caldera Blanca, un camino que discurre entre coladas de lava procedentes de la erupción del volcán Timanfaya producida entre 1730 y 1736 que, además, ha sido la de mayor duración registrada en las Islas Canarias.
Mi día amanecía espléndido para caminar: nubes ocasionales, brisa fresca del mar y temperatura primaveral. Así llegué al inicio del sendero localizado justo a las puertas del pequeño pueblo de Mancha Blanca, situado en el límite del Parque Nacional de Timanfaya.
Hacia Caldera Blanca, un nuevo mundo
Según me voy acercando al punto de partida diviso mi objetivo. Hoy quiero llegar hasta lo alto del volcán Caldera Blanca, pues tengo entendido que posee un enorme cráter digno de ser admirado, así que lo mejor es acercarme y explorarlo en primera persona.
El sendero que conduce al volcán serpentea entre coladas de lava. En estos compases iniciales me siento como la protagonista de una película de ciencia ficción ambientada en un planeta lejano. Metro a metro esta sensación va en aumento, pues en un momento dado miro a mi alrededor y solo veo campos inmensos de malpaís, coladas de lava solidificadas y con aristas tan afiladas que lo mejor es mantenerme dentro del sendero marcado.
La soledad es absoluta. Ningún animal, ningún tipo de vegetación más allá de los líquenes que tratan de sobrevivir refugiándose de las duras condiciones ambientales. De pronto, un cartel informativo capta mi curiosidad mostrándome un poco más sobre lo que estoy viendo; me habla del lugar que piso, de los líquenes, del volcán al que me dirijo… En definitiva, me da nociones para interpretar lo que me rodea.
En no pocas ocasiones lo único que oigo son mis pisadas. Sin embargo, si me detengo, es mi propia respiración la que acompaña el silencio del lugar. ¿No te parece bonito? Hoy en día, escuchar el silencio no es tan fácil, aquí es posible, doy fe.
En las entrañas del volcán La Caldereta
Al rato llego a la que será mi primera parada de la mañana, un volcán más pequeño pero que me impresiona sobremanera. El volcán La Caldereta posee un cráter de 300 metros casi perfectamente circular y puedo acceder a su interior no sin antes sentir un leve cosquilleo en el estómago ¿Y si entra en erupción y me pilla dentro? Dudas fruto de una película de Hollywood más que de la realidad.
No obstante, me habían asegurado que su hermano mayor, Caldera Blanca, realmente vale la pena, así que no me demoro demasiado en el descanso. Al poco de reemprender la marcha, coincido con algunos senderistas que vienen de visitar el volcán. Los saludo y charlamos durante unos minutos, aunque consigo no preguntar nada sobre el lugar del que vienen, no quiero que la magia se pierda en un santiamén.
Unas decenas de metros más adelante y ya me encuentro en la misma falda del volcán. Este se eleva suavemente ante mí, pero aun así me siento pequeña, vulnerable, en manos de la naturaleza, como prefieras describirlo pero me siento distinta.
Caldera Blanca a vista de pájaro
Comienza el sendero cuesta arriba. Un paso, y otro, y otro y así durante 15 minutos a lo sumo. Mis piernas apenas han notado el cansancio y esto es, sin duda, producto de mis ganas por asomarme al cráter de Caldera Blanca.
Siendo sincera, me da cosa asomarme no sea que las expectativas creadas hayan sido demasiado altas. Tímidamente doy los últimos pasos y cuando al fin llego… ¡buum! Lo más impresionante que he visto en mucho tiempo. Mis ojos no consiguen abarcar tanto en tan poco tiempo. Frente a mí se abre una gran caldera volcánica de ¡1.200 metros de diámetro!, por la que en un momento dado emanó la lava. Impresionante o increíble, ambas palabras se quedan cortas para describir lo que estoy presenciando.
Alcanzo a dar unos pasos más hacia el borde, no demasiados por pura prudencia, y veo el fondo de la caldera allá a lo lejos. Estoy a unos 500 metros de altitud y aún puedo ganar unos metros más a sabiendas de que desde el punto más alto conseguiré las mejores perspectivas para la foto, esa foto con la que voy a “empapelar” todas mis redes sociales para que mis amigos de fuera sepan por qué deben venir a Lanzarote.
Diez minutos después ya estoy en lo más alto. A un lado diviso las Montañas del Fuego, al otro Montaña Blanca y su gran cráter de increíbles dimensiones. A lo lejos, Caleta de Famara y la pequeña isla de La Graciosa que se asoma tímidamente. Ya tienes una razón más para visitar Lanzarote. Este día se escapa de lo habitual, te lleva, como a mí, a descubrir y a sentir la magia que, sin duda alguna, tiene esta isla.