La salida en Carnaval de los Carneros de Tigaday 

En cualquier lugar del mundo el sonido de cencerros indica la presencia cercana de ganado, pero en las calles del municipio de La Frontera anuncian la llegada de unas bestias muy diferentes. Los Carneros de Tigaday son una singular tradición festiva cuyo origen se pierde entre los siglos y que estuvo muy, muy cerca de desaparecer para siempre.

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Si hay una festividad en el archipiélago canario que se viva con intensidad esa es, sin duda, el carnaval. Año tras año, en cada isla se mezclan música y disfraces con ritos arraigados en lo más profundo de la cultura local. Es el caso de Los Indianos en La Palma, los Diabletes de Teguise o los propios Carneros de Tigaday, uno de los principales símbolos de la comparsa herreña.  

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El traje típico se compone de varios kilos de zaleas de carneros u ovejas autóctonas, las cuales se utilizan para cubrir todo el cuerpo. A ello se añaden cornamentas y cascabeles, así como un baño de betún que esconde un doble propósito: ennegrecer su piel y manchar a los más despistados para provocar las risas entre los asistentes. Y es que, como reza el dicho popular, si no quieres terminar embetunado es mejor no acudir. 

Los Carneros de Tigaday nunca actúan solos. La formación habitual la componen varias decenas de jóvenes dirigidos por la extravagante figura del pastor o el loco, el cual va ataviado con cadenas con el propósito de hacer ruido y advertir a la población. La experiencia se convierte en un divertido correcalles que puede alargarse durante horas y en el que participan tanto los lugareños como los visitantes.

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Aunque a día de hoy todavía no se ha hallado ningún documento o indicio que marque el origen de los Carneros de Tigaday, sí que se cree que forma parte de las creencias paganas que habitaron un día el archipiélago entrelazadas, con el paso de los años, con el pasado pastoril de la isla.  

De lo que sí hay constancia es de su casi desaparición. Durante la guerra civil española esta tradición cayó en el olvido. Una muerte anunciada de no ser por un héroe local, Don Benito Padrón Gutiérrez, quien en 1940 se propuso devolver a los Carneros de Tigaday a las calles de su Frontera natal.  

Primero con tinta residual que dejaban los calderos y más tarde con betún, Don Benito ayudó hasta sus 90 años a los herreños a volver a embadurnarse y a vestirse con pieles, las cuales él mismo guardaba en las bodegas de su casa. En su honor, hoy llevan su nombre una calle y una plaza de la localidad, aunque probablemente el tributo que más ilusión le haría es que su hogar, hoy conocido como “La Casa del Miedo”, es el punto de preparación y salida habitual de los Carneros año tras año.  

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Árbol Garoé. El Hierro.
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Aunque parezca una paradoja, la isla más joven del archipiélago canario tiene mucho por contar, ver y explorar. Es el caso del Garoé, un árbol sagrado que salvó a los primeros pobladores de la isla de morir de sed, las retorcidas sabinas, los fondos marinos o el Parque Cultural de El Julan, cuyas piedras tienen escritos antiguos mensajes aborígenes. Y es que no toda la historia está en los libros o internet.