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“Hace muchos años que no venía por Lanzarote, mis padres me trajeron cuando tenía apenas 13 años, pero recordaba perfectamente esos colores tan intensos que ahora veo. No ha cambiado nada, sigue igual. Es una maravilla”. Me comentaba Jorge, un madrileño que había traído a su familia para que sus hijos descubrieran el valor de lo natural. Aquello que un día le atrapó y prometió volver. “En los libros no se ve como aquí”, decía uno sus hijos mientras miraba fijamente con cara de asombro las hectáreas de lava que tenía frente a él.
Hay pocos lugares en el mundo en los que la naturaleza y el paisaje hayan cambiado tan poco como en este. Bienvenido al Parque Nacional de Timanfaya, bienvenido al origen.
Parque Nacional de Timanfaya
Situado en la parte centro-occidental de Lanzarote, este paraíso volcánico, declarado Parque Nacional, tiene una extensión de 5.100 hectáreas. Un campo silencioso, salvaje, contundente y envolvente. Aquí no tienen cabida ni viñedos, ni población, ni las coquetas casitas blancas típicas que visten la isla. Aquí es el color el que vive. Duerme y se levanta con la misma cara, no envejece. Naranjas, ocres, negros, pardos y rojos hacen de Timanfaya una estampa tan variopinta como impresionante a ojos de cualquiera.
Son más de 25 volcanes los que visten este árido lugar, siendo algunos emblemáticos como las Montañas del Fuego, Montaña Rajada o la Caldera del Corazoncillo. Resplandecientes por fuera y bravos en su interior.
Rutas
La Ruta de los Volcanes es una de las más famosas. Con un recorrido de unos 14 kilómetros te adentrarás en el paisaje de las Montañas del Fuego (precio incluido en la entrada del Parque). Partiremos del Islote de Hilario. La guagua te enseñará este caprichoso entorno volcánico por un recorrido único. Un camino circular de unos cuarenta y cinco minutos.
Aquí coincidí nuevamente con Jorge y su familia. En este caso, todos se suelen pedir ventanilla. “¡Papá, mira!” decían repetidamente sus dos hijos casi a la vez. “No muchas veces consigo que mis hijos estén tan atentos con este tipo de excursiones, pero sin duda esta es especial”. Y tanto que lo es, los colores y las formas es lo que te atrapa de este lugar. Se podría pensar que al ser un gran campo de lava debería ser todo igual, pero no hay mejor jurado que los ojos de un niño para hacerte entender que lo que tienes ante ti es algo único.
El recorrido se pasa rápido, todos nos bajamos con algo de pena porque cuando disfrutamos de algo nos gustaría que durara para siempre. La guagua nos deja en el punto desde el que partimos, a orillas del restaurante del Diablo. Parece que en la superficie está todo en calma, pero son los operarios del lugar los que te hacen ver qué está sucediendo bajo nuestros pies. A trece metros de profundidad el calor supera los 600 grados. Les vale con meter matorrales a unos pocos metros para enseñarte cómo el calor hace que ardan rápidamente. Aunque la demostración estrella son los géiseres de vapor. Basta con un echar un cubo de agua para que, tanto a grandes como a pequeños, se nos refleje una sonrisa de estar viendo algo maravilloso. El propio restaurante utiliza el calor que emerge de las profundidades de la tierra para asar sus carnes.
En el Echadero de los Camellos podremos realizar un recorrido por la ladera sur del volcán de Timanfaya. El recorrido, de una duración aproximada de 20 minutos, es ideal para sacarle el polvo a la cámara de fotos. Esta actividad junto con la anterior es idónea para familias con niños menores de 16 años. La Ruta de Termesana y la Ruta del Litoral son algo más exigentes por su duración y porque son a pie.
Paisaje lunar
Además de las rutas que he comentado anteriormente, Timanfaya tiene otra manera de ser disfrutada. Las kilométricas alfombras negras que hacen de carretera y que cruzan este impresionante paisaje es ya en sí una completa experiencia. Da igual que conduzcas o vayas de copiloto, que estés a la derecha o izquierda, los dos tendrán la mejor vista. El silencio adoptará el rol protagonista de ese pequeño viaje cruzando este majestuoso Parque. Sin miedo a equivocarme, puedo decir que es uno de los lugares más bonitos para disfrutar de la conducción. Eso sí, el que vaya de copiloto estará obligado a preparar la cámara porque hay muy pocos apartaderos donde poder dejar el coche.
Es el único lugar de Lanzarote donde unas pocas especies de fauna y flora luchan por hacerse un pequeño hueco en este salvaje paraíso de lava. Todos los visitantes pasan sus horas pero nadie duerme, no hay lugares para pernoctar. No se puede.
La naturaleza ha querido que este rincón se quede así, virgen. Es por ello por lo que su encanto permanecerá para siempre. Él, “sigue estando como la última vez que vine”, será el mayor tesoro del que pueda presumir cualquier lugar. Y será eso lo que digan los hijos de Jorge el día que decidan volver.