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La Gomera, último territorio que pisó Cristóbal Colón allá por el año 1492 antes de perderse en las inmensidades del Atlántico para encontrar el Nuevo Mundo, es hoy una de las islas más bonitas y vírgenes de las Islas Canarias. Una isla surcada por profundos barrancos y declarada Reserva de la Biosfera. Diversos son los atractivos de la isla colombina, entre los que destaca indudablemente el Parque Nacional de Garajonay, un espacio natural único que además ostenta el galardón de Patrimonio de la Humanidad.
El lugar que hoy visitaremos no es tan conocido como su Parque Nacional, pero se encuentra muy cerca. Partiendo del Centro de Visitantes Juego de Bolas accedemos a uno de los más impresionantes miradores de cuantos hay en las Islas Canarias.
El mirador de Abrante, donde cielo y mar se funden
Este magnífico mirador está en los límites del municipio de Agulo, y desde aquí se obtienen las mejores vistas del pueblo. Aun resultando ser encantadora esta pequeña localidad de La Gomera, no he venido hasta aquí únicamente por eso. Unas voces me invitan a descubrir esta zona del norte de la isla.
El camino desde el Centro de Visitantes hasta el mirador sirve de antesala perfecta para el espectáculo que espero ver. Una estrecha carretera me recuerda que La Gomera es eso, curvas y recovecos en los que se esconden maravillas, como el fantástico bosque de laurisilva, palmeras canarias, cedros y demás endemismos vegetales.
Nada más llegar, algo llama mi atención aún sentada en el coche: solo veo azul. ¿Será que cielo y el mar se han unido en algún punto? Sí, ya sé, la perspectiva es caprichosa, pero esta isla es tan mágica que todo es posible.
A 50 metros ya lo veo todo más claro, pero no tanto como cuando llego al exterior del mirador de Abrante. En ese momento me alegro de haber decidido venir hasta aquí. Las vistas son impresionantes, el sol brilla en todo su esplendor, el cielo azul se funde con el Atlántico y, de fondo, la isla de Tenerife coronada por “papá” Teide… ¿qué puede ser más inspirador? Si esto no es el paraíso, poco le falta.
Caminar sobre el vacío
El acceso al mirador de Abrante se hace a través del restaurante. La emoción por dar los primeros pasos sobre la espectacular estructura de cristal queda por unos instantes relegada a un segundo plano. Los olores que emanan desde la cocina inundando todo el local me han despertado el apetito. Con disimulo veo algún turista probando el típico potaje de berros acompañado de un plato con varios quesos locales y prometo volver en un rato. Pero antes, el Atlántico me espera.
Seré sincera, los primeros pasos sobre el suelo acristalado imponen mucho respeto. No lo he dicho antes pero el mirador se prolonga cielo adentro, suspendido casi sobre las nubes, con una estructura metálica sobre la que se han colocado cristales de manera que, a cada paso que das, sientes como si estuvieras caminando sobre el vacío. Es una sensación increíble.
Poco a poco voy ganando confianza y lo que inicialmente eran unos pasos torpes ahora fluyen, con seguridad. Llego al final de la pasarela. Todo lo que me rodea es cristal, es lo único que me separa de Agulo, del Atlántico, de Tenerife. Por un momento me hubiera gustado que el mirador fuera abierto para sentir la brisa del océano, pero ya sería pedir demasiado.
Y cómo no, un lugar tan fotogénico y abierto a tantas composiciones visuales invita a no descansar un segundo. La afluencia de turistas es escasa, así que es el momento de regocijarme y tomármelo con calma.
Este lugar evoca vida, es una sensación tan intensa que me atrevo a decir que lo que se disfruta en el mirador de Abrante de La Gomera no es comparable a ningún otro de los miradores que he visitado en las islas.
Ahora sí que han llegado algunos visitantes más, por lo que he de compartir con ellos la serenidad que me produce este lugar, pero no me importa; al fin y al cabo eso es lo que quiero, compartir, pues la vida es mejor así. Llegados a este punto, el estómago comienza a rugir recordándome que le había prometido un poco de las delicias culinarias de La Gomera y ¿qué mejor lugar para comer?
Si antes había disfrutado de un festival sensorial, aún me faltaba el de los sabores. Con un estupendo potaje, queso de cabra, una vieja acompañada de papas con mojo y un barraquito (bebida a base de café, leche condensada, leche, canela, limón y licor), sacié el paladar poniendo punto y final a este rato tan especial en el mirador de Abrante.