ÚLTIMA HORA: Coronavirus (COVID-19) aquí
La playa de Echentive, al sur de la isla de La Palma, es el escenario de un pacto. Un acuerdo que va más allá del ser humano. Lo firmaron el fuego y el agua. Es imposible no admirar cómo debaten ambos elementos en este pequeño enclave del municipio de Fuencaliente.
La arena negra de Echentive, mezclada con grava y callao, juega un papel pacificador entre los volcanes Teneguía y San Antonio y el no menos imponente océano Atlántico. Estamos ante una de esas postales que explican por qué toda la isla es considerada Reserva de la Biosfera por la Unesco.
Las venas del volcán
Echentive te empequeñece en un instante. En cuanto aparcas y bajas del coche, pese al impacto que produce circular en medio de un malpaís –sobre todo si lo visitas por primera vez–, los ojos se clavan irremediablemente en la playa, en lo que parecen las venas del volcán abriéndose paso por la arena.
Al tiempo, intuyes que bajo tus pies algo hierve. Y lo que tienes sobre ti te reduce. Se trata de un conjunto que te pone frente a la increíble historia de La Palma. Incluso si no la conoces, lo notas. Estás en medio de la cicatriz que el magma dejó en el cono sur de la isla.
La vista es preciosa. El paseo de piedra que precede a la playa ofrece, sin duda alguna, uno de los lugares más bellos para ver un atardecer. La trascendencia geológica convierte a la playa de Echentive, en mi opinión, en el más mágico de los paraísos de arena de la isla.
Las charcas de Echentive
Hay en Echentive un espacio para el diálogo, un lugar en el que fuego y agua se mezclan y alcanzan el acuerdo. Son las charcas naturales de Echentive. Justo donde muere la ladera, sobre el rugoso, violento y espectacular malpaís, fuego y agua enseñan el detalle de su armisticio.
Están algo escondidas, varias decenas de metros tierra adentro, el mar emerge protegido irónicamente por el malpaís. Aparece inesperado, en expresión casi mitológica. En ese lugar, el agua lleva la firma del volcán.
La Fuente Santa
Las pozas que hoy están a la vista son el preludio de la Fuente Santa. La que siglos atrás dio nombre al municipio, fue sepultada en 1677 por las coladas del volcán de San Antonio y prácticamente condenada al olvido por la erupción del Teneguía en 1971.
Aguas subterráneas que alcanzaban los 60 grados y que, desde la conquista de La Palma en 1493, fueron reconocidas en toda Europa por sus propiedades curativas y cicatrizantes para dos de las patologías más temibles de la época, sífilis y lepra, así como para reumas y problemas circulatorios.
No obstante, tras siglos de búsqueda –hay dieciséis intentos datados– por científicos, clérigos y otros entusiastas, la Fuente Santa fue localizada y recuperada en el año 2005 por Carlos Soler, doctor y profesor de la Universidad de La Laguna.
Pero Soler no sólo halló la Fuente Santa. En la excavación de una galería que se prolonga 200 metros montaña adentro, recuperó la leyenda que hoy sin duda pesa en cada visita a Echentive.
Por allí, durante los siglos XVI y XVII, pasaron figuras de enorme trascendencia histórica, como Pedro de Mendoza, adelantado y mano derecha de Carlos I de España, fundador de Buenos Aires. O sobre ella escribirían posteriormente científicos tan destacados como Robert Hooke, Alexander von Humboldt o Viera y Clavijo.
Actualmente, el interior de la Fuente Santa no es visitable para el público. La parte alta de la playa nos espera con un portón. Un paso hacia la propia fuente y hacia la historia de La Palma. En su interior, un líquido mágico en el que se mezclan agua del mar, infiltraciones y la emanación de gases. Desde fuera, esa puerta confiere al lugar cierta sensación inconclusa y misteriosa. Esconde el pasado pero también el futuro. La Fuente Santa es, con seguridad, uno de los grandes retos que La Palma tiene ante sí. Recuperar el que para muchos fue “el mejor balneario del Atlántico”.