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Gran parte de la alfombra de plátanos que se desparrama sobre la costa occidental de La Palma tiene bastante menos de un siglo. Toda esa enorme plataforma costera es, de hecho, el resultado del Volcán de San Juan (1949), que añadió casi un millón y medio de metros cuadrados a la isla. Por el borde de esta colada discurre un agradable paseo marítimo, que conecta dos playas que encantarán a los amantes de la soledad.
El acceso
La llegada es un poco críptica y explica hasta cierto punto que Playa Nueva no sea uno de los lugares de baño más conocidos de La Palma, La traqueteante carretera serpentea entre las fincas de plátanos, haciendo giros en apariencia caprichosos y que sin embargo siempre acaban avanzando hacia el norte.
Solo algunos carteles informales como el de la foto, pintado en la esquina opuesta a un almacén agrícola en desuso, acabarán por persuadirnos de que no nos hemos perdido. Es este mismo almacén, por cierto, en el que podríamos terminar el paseo si quisiéramos hacerlo circular, ya que un desvío del paseo marítimo nos conduce directamente hasta su puerta. La descripción de esta alternativa es tan compleja que se convertiría en un listado interminable de párrafos marcando giros a derecha e izquierda, así que prefiero derivar la tarea a cualquier aplicación móvil tipo Google Maps. Vista sobre la foto satélite, la opción resultará obvia.
El quiosco y las estrellas
“Los Guirres” (que por cierto es el segundo nombre de la playa y para muchos palmeros acaso el primero) es la denominación del quiosco que marca el inicio del paseo. Para los interesados en catar su cocina, informal pero sabrosa, apuntaremos que solo cierra los lunes.
Al otro lado de la explanada ubicamos uno de los Miradores Astronómicos tan característicos de la isla. La excepcional calidad de su cielo nocturno, que justifican la declaración de La Palma como Reserva Starlight y la implantación en sus cumbres de un observatorio puntero, queda aquí subrayada por la total ausencia de construcciones en esta zona de la costa. La señal vertical, que imita un poste de senderos, apunta hacia la inmutable Estrella Polar.
La playa y el paseo
Playa Nueva es hasta cierto punto impredecible. Su cantidad de arena depende de las tormentas y el oleaje del invierno anterior, así que lo mismo es mínima que máxima. Incluso en un mismo verano la experiencia en junio no tiene por qué corresponder con la de septiembre y viceversa. Por si acaso la encontramos pedregosa, como fue mi caso, conviene recordar en cualquier caso el mérito de que se haya mantenido así de virgen.
En cuanto al paseo en sí, nunca se aleja demasiado del batiente. A pesar de que se asoma a la costa oeste, de aguas teóricamente calmas, los bajíos de la zona crean determinadas olas que atraen a una reducida comunidad de surfistas.
Pequeñas calas volcánicas, que subrayan lo reciente de la erupción citada arriba, enmarcan la infraestructura. Agotadas las baldosas, podemos descender y disfrutar de una de ellas (El Charcón), en las cercanías del Faro de la Punta del Volcán. Su presencia es otro indicativo del estirón que pegó el territorio palmero hace tan solo siete décadas.
Contemplando desde allí la raya del horizonte, en cuyas entrañas se empezaba a perder el sol, finiquitamos la tarde.