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Hay días que nos sorprenden con planes inesperados. Días que se llenan de aprendizaje y buena compañía, fruto de la improvisación. Una excursión con amigos para deleitarnos con la arquitectura tradicional, palmerales, museos y hasta budas, puede convertirse en una experiencia mágica al borde de los acantilados gomeros.
La noche olía a verbena. Entre ventorrillos y orquestas, unos amigos míos hablaban de organizar un buen paseo para el día siguiente. Yo les comenté que tenía ganas de pasar el día en Alojera y me explayé detallando todos los puntos y alrededores que quería visitar en un mapa sobre la barra. De repente me los encontré con los ojos muy abiertos, aducían conocer bien La Gomera pero desconocían algunas de las cosas de las que estaba hablando. Enseguida tomaron la decisión, se apuntaban a venir conmigo de paseo, les había picado la curiosidad.
La propuesta para descubrir una de las zonas más desconocidas de La Gomera se presumía muy interesante. Me tocaba ejercer de guía, pero la zona tiene tantos atractivos por descubrir que estaba segura de que les iba a encantar la visita.
Comenzamos con un buen desayuno a base de tortas de cuajada, un dulce muy tradicional de La Gomera, en el bar de Epina, junto a los chorros del mismo nombre. Bien satisfechos, ya solo teníamos ganas de escaparnos sin horarios, sin ruta establecida, ganas de pasarlo bien y conocer el relicto de tradiciones que guarda la comarca noroeste.
Solo con la entrada a través del pueblo de Epina, con las vistas sobre Alojera y Tazo, ya nos hace intuir el elemento que hilará nuestra visita. Si hay un ingrediente que caracteriza la isla de La Gomera y sus paisajes, si hay una planta sin la que no se podría entender la isla, esa es la omnipresente palma (tradicionalmente este era el nombre que se le daba, en lugar de palmera).
La Casa de la Sabina
Llegamos al núcleo de Alojera. Tocaba preguntar a alguno de los lugareños para que nos indicase cómo llegar a nuestro primer destino. Paré junto a un señor y le pregunté por la “Casa de la Sabina”, era el nombre que me habían dado. El señor frunció el ceño y contestó que no le sonaba. Entonces recordé el nombre de la zona donde podríamos encontrarla: Majara. ¡La Gomera nunca dejará de sorprenderme, incluso con su toponimia! Enseguida el señor reaccionó y me explicó muy amablemente cómo ir.
Tras un corto sendero entre bancales llegamos a la casa. Hacía mucho calor, lo que parecía intensificar el abandono y la ruina que padece el edificio. Nos encontramos con una casa solariega de dos plantas, muy antigua, que merece la pena visitar por dos particularidades que la hacen especial. Una de ellas es que el suelo de la planta alta, en lugar de ser de madera, es de tronco de palma, un material de construcción poco habitual. La otra es la que le da nombre, una enorme sabina que acompaña a la casa en su camino por la historia. Su localización en el antiguo patio hizo que, alejada de vientos y otras inclemencias, creciera de forma espectacular, adquiriendo una envergadura inusual para la zona.
La vuelta a la carretera la hacemos por otro camino, paseando entre llanitos cultivados, higos de pico, palmas con sus escaleras preparadas para guarapear y alguna cabra curiosa. Entre el silencio salpicado por ladridos lejanos, nos resulta muy fácil evocar imágenes de silbadores de antaño, comunicándose de manera habitual, resolviendo cotidianeidades.
La memoria de la palma y su miel
Volvemos al centro de Alojera con ganas de conocer más de todas estas palmas que nos rodean. No hay mejor sitio para saber de la historia, el aprovechamiento y la naturaleza de los palmares de La Gomera que la Casa de la Miel de Palma. Un museo sencillo, clarificador y muy bien preparado, atendido con mucho cariño por Virginia y Chano. Nos fascina el modo en el que la Casa guarda la memoria de los saberes y la semblanza de los gomeros en relación con este icono de la isla. Nos enternece saber que muchos emigrantes de los peores días de necesidad de la isla, volvían al cabo de muchos años y se emocionaban al visitar el museo y recordar todo lo que la palma les había dado en sus años de juventud. Le sacamos mucho provecho al par de horas que nos absorbió el conocimiento de la palma y de todos los recursos que hoy y siempre ha proporcionado al pueblo gomero.
Llevábamos una mañana muy edificante y divertida pero ya tocaba comer. Traíamos bocadillos y algún almendrado en el zurrón. Un picnic a la sombra de una palmera parecía lo ideal. Junto al caserío de Tazo, en el camino entre Alojera y Arguamul. Las laderas resecas por el verano y caprichosamente salpicadas por palmerales exuberantes se convirtieron en la mejor vista para un almuerzo campestre entre amigos.
El resplandeciente Gran Buda
De nuevo en camino, nos dirigimos hacia Arguamul. Tengo que confesar que me picaba la curiosidad. Hacía un tiempo que me habían contado una historia increíble sobre un buda enorme que alguien había dejado en un camino del caserío. No daba crédito al cuento, tenía que comprobarlo.
Comencé a creerlo cuando empecé a ver señales que avisaban de la ubicación de la escultura junto a los carteles oficiales de los diferentes caseríos de la zona. Entramos en una pista de tierra y al doblar un recodo del camino... ¡tachán!, allí estaba, grande y reluciente, con su sonrisa con hoyuelos, alegrándose de nuestra visita. ¡No me podía creer lo grande y pesado que era! Varias son las versiones que me han llegado de la historia de aquel Gran Buda y su llegada al caserío de Arguamul, pero prefiero quedarme con el asombro y las risas que nos dio este nuevo vecino que parece estar convirtiéndose en la nueva atracción turística del noroeste de La Gomera.
Entre viñas ocres y piñas de millo secándose al sol, recordé unos versos de Pedro García Cabrera, uno de los grandes poetas gomeros. No estaba de más rememorar el amor del poeta por su tierra antes de seguir hacia la costa:
“Sílbame más, mucho más,
que oiga las primeras letras
del alba silabeando
los renglones de mis venas.
Silba, silba sin cesar,
y tráeme la escopeta,
los caballitos de caña
con sus bridas y cernejas,
el croar de los barrancos
y las palmas guaraperas”.
Arguamul tiene una costa espectacular, llena de acantilados, característicos roques y un mar bravío. Muy cerca se encuentra otro de los iconos que caracterizan la isla: Los Órganos. Otra visita que tenemos pendiente. Son tantos los lugares para visitar y disfrutar que parece que no nos será suficiente con una sola vida. Tazo, la playa de Alojera, la Punta del Trigo y el cercano caserío de casas tradicionales de piedra seca, el precioso pueblo de Taguluche…, nos ha quedado mucho por ver en la comarca, la excusa perfecta para tener que volver.
La experiencia y acercamiento a la etnografía, los saberes populares y las gentes que habitan esta zona nos ha regalado un día muy especial. La Gomera es una isla relativamente pequeña pero atesora innumerables sorpresas para el viajero. Hay que elegir la mejor forma de visitarla, la de nuestro gusto, pero es imprescindible no perderse todo lo que la isla tiene preparado para nosotros. En cuanto se comienza a conocer esta isla mágica el flechazo está asegurado.