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La Palma está alfombrada de plátanos. Según las cifras oficiales, la isla mantiene casi 3.000 hectáreas de este cultivo, que lleva algo más de un siglo ocupando la costa de sotavento y más o menos un tercio de la de barlovento. En 2009, Fran GarLaz arrendó una pequeña finca en la zona de Puerto Naos, la reconvirtió a ecológica y se propuso hacerla visitable. Así nació un proyecto llamado Platanológico.
La recepción
Una valla gaudiana, de agujeros ovalados, franquea la entrada principal. Mientras la contemplo, en el ascenso desde el paseo litoral, se me ocurre que algunos la considerarían un ejemplo de arquitectura orgánica y que en ese caso el adjetivo resultaría de lo más apropiado. En el próximo par de horas lo escucharemos docenas de veces, siempre como apellido de “agricultura” y acompañado de otros equivalentes (“biológica”, “ecológica” o “sostenible”, por nombrar los más socorridos).
La recepción tiene lugar bajo una sombra cónica. La que proyecta un techado vegetal con forma de tipi indio, que converge a varios metros sobre nuestras cabezas. Hoy seré el único hispanohablante y para sacarle más partida al tiempo hemos convenido que Fran hable solamente en inglés (lo habitual es que alterne con el castellano).
No tardaré en comprobar que su discurso desatiende a la gramática para ensalzar a la mímica. Su gestualidad es tan bestial que lo hubiera entendido igual en neerlandés o en chino. Mis compañeros son, al fin y al cabo, diversos en edades y orígenes. Daneses, alemanes, belgas. Parejas maduras y jóvenes. Niños de pecho y de brazo.
Que comience el espectáculo
Nuestro interlocutor es un showman natural, que lo mismo gruñe que susurra. Sale y entra de las paredes de una célula. Se pone y se quita unas alas imaginarias de mariposa, que revolotea en busca de su planta huésped. Succiona fluidos y minerales, que nacen y regresan al banquete de microorganismos del suelo. Los pequeñajos, que por supuesto no le entienden, lo escuchan ojipláticos. Y por los resquicios de su teatro, nuestro clown particular aprovecha para ir sembrando datos entre los adultos: diez mil millones de bichos en cada centímetro cúbico de suelo, treinta litros por planta y día, doscientos tipos de plátanos comestibles…
Mitad herramienta discursiva y mitad agraria, de su cintura emerge un machete de proporciones fantasmales. Los enanos lo contemplan entusiasmados, con la misma emoción que si fuera una varita mágica: lo mismo tumba una hoja que cava una plántula. Lo mismo disecciona un tronco que una bellota (la yema terminal de los racimos).
De paseo por la selva
El tour se hace entonces lineal y avanza en veredas laberínticas, que se pierden en una espesura multicolor. A estas alturas ya Fran nos ha convencido de que transitamos por la selva, pues esta agricultura holística trata de replicar sus efectos. Tan convencidos estamos, proclamo, que si apareciese un tucán posado en la siguiente curva nos parecería lo más natural del mundo. Por el momento la atención se posa en la atigrada oruga de una mariposa monarca, que arranca murmullos de admiración.
Para acentuar la impresión, desfilan plantas diversas a babor y a estribor. Reconozco las asclepias, los ricinos y los guayabos, pero se me escapan otras tantas. Posado sobre una mesa aparece un erizo verde y gigante, que resulta ser el fruto de una anonácea. Faltan solo el sombrerero loco y la reina de corazones.
A pesar de las maravillas, la parroquia de enanos empieza a dar muestras de agotamiento. Antes de que cunda el pánico resultan hábilmente apaciguados por un puzzle de madera, que surge como de la nada en el instante preciso. Se diría que lo acabamos de arrancar de un árbol. Mientras la escuadra infantil se pone a levantar edificios imposibles, Fran comienza a hablar de bioacumulación y de pesticidas, al tiempo que su repertorio de onomatopeyas crece y se expande hasta el infinito.
Granja y degustación
Nuestra siguiente parada añade un concierto de voces animales. Cambiamos de parcela y en un puñado de pasos se desata un pandemónium de balidos, cacareos y rebuznos. Una docena de ovejas sin lana (tipo pelibuey) se adueña del coro, que de tanto en tanto es asaltado por dos burros barítonos y un frenético staccato de tórtolas, gallinas y gansos. La parroquia menuda se lanza a repartir comida y caricias a partes iguales, mientras arrecia el festival vocálico de reclamos.
En la recta de salida despachamos un panel de plagas e insectos beneficiosos, pero la llamada de los estómagos empieza a superar poco a poco a la de la selva. Fran lo sabe y por eso reserva la degustación para el final. Hoy estamos de suerte, porque el invierno nos regala tres variedades distintas de plátanos: el familiar aunque delicioso Cavendish, el gigantesco y amorfo topocho (capaz de alimentar por sí solo a una familia) y los exquisitos plátanos manzanos (cuyos matices cítricos resultan una sorpresa exquisita). Todo ello regado con una infusión de hierbas, cuya preparación se ha gestado en parte en las entrañas de una cocina solar.
Antes de despedirnos queda tiempo para reforzar los mensajes que dan sentido a esta experiencia, centrada en las intimidades del cultivo estrella de las Canarias. Viva la (agro)diversidad. Larga y próspera vida a la (agri)cultura verde.