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"Time" es una de las pocas voces prehispánicas cuya traducción ha llegado hasta nuestros días. En la lengua de los benahoaritas, los habitantes indígenas de La Palma, quería decir "lugar alto". Es una definición de lo más adecuada al contemplar el final de la muralla natural que, precipitándose al mar, delimita el cauce del Barranco de las Angustias y por extensión toda la comarca noroeste.
Señorial y conveniente
Hay varias razones por las que me gusta este sendero. En primer lugar, porque es cómodo, puesto que el transporte público te acompaña hasta su mismo inicio. En el segundo, por su peso histórico, como trayecto clave en el trasiego económico entre la costa y las medianías. En el tercero, por sus hechuras de piedra, cuyas costuras se han trazado con mimo. Y en cuarto, por puro hedonismo: tras un día soleado combina muy bien con un epílogo de playa y cerveza.
El camino en sí tiene apenas 3 kilómetros y el cartel inicial marca la supuesta altura precisa que debemos descender: 594 metros. Nos preguntamos: ¿es correcta? Y resulta que la respuesta es negativa. Se trata de un error histórico, que lleva unas cuantas décadas sin corregirse. La altura real está bastante más cerca de los 495, por lo que es probable que a quien haya hecho el cartel le bailasen las cifras.
Plátanos y bungalows
Lanzados cuesta abajo, el primer tramo puede hacerse algo incómodo por encontrarse asfaltado y por los invernaderos de plátanos que afean el entorno. Pero a medida que nos aproximamos al risco, la agricultura de exportación (por otra parte tan necesaria) desaparece y da paso a una zona de villas de cierto postín. La ecuación se repite en otros muchos lugares de Canarias: el clima benigno que les gusta a los plátanos es el mismo que nos gusta a nosotros.
El cultivo se asoma hasta el mismo risco, donde un almacén abandonado nos recuerda que los plátanos bajaban al puerto deslizándose en un cable de acero (oxidado pero intacto).
El zigzag
Un pequeño mirador nos permite contemplar el destino final. Bajo nuestros pies, el grisáceo puerto viejo. Más al sur, el estiloso espigón arqueado y blanco del puerto nuevo. A estas alturas el sol empieza a calentar y casi escucho el chisporroteo de burbujas de la cerveza. Pero todavía queda enfrentar un zigzag vertiginoso, que por otra parte es la parte más señorial del camino.
A media ladera encontramos un conjunto de cuevas que son okupadas y desocupadas de forma periódica. El Ayuntamiento procura mantenerlas tapiadas, pero ciertos colectivos hippies les tienen el cariño suficiente como para romper los barrotes de tarde en tarde y volver a instalarse en ellas.
Quizás no sepan que en ellas tuvo lugar uno de los episodios históricos más conocidos de Tazacorte: aquí descansaron supuestamente Ignacio de Azevedo y sus compañeros jesuitas antes de su frustrado viaje evangélico a Brasil. El 15 de julio de 1570 su barco fue interceptado por piratas hugonotes frente a las costas de Fuencaliente y los religiosos acabaron asesinados y lanzados por la borda. En la vecina iglesia de Nuestra Señora de las Angustias se conservan las reliquias que dejaron en la isla, así como un cuadro alusivo a su martirio.
Premio al esfuerzo
Por fin abordamos las últimas curvas y entramos graciosamente en el núcleo del puerto viejo. En menos de cien metros hay al menos tres opciones igualmente válidas para darse un homenaje a base de pescado fresco (Taberna del Puerto, Restaurante Teneguía y Restaurante Montecarlo). Pero en esta ocasión el avituallamiento será exclusivamente líquido y nos decantamos por la terraza más vacía.
La sed apremia: camarero, haga usted el favor.