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Lo mío con los vinos de El Hierro fue un flechazo tardío, un “amor a segunda vista”. Si bien he de reconocer que no me atrajeron demasiado los denominados “vinos de pata” que había probado en algunos locales de la isla en los días posteriores a mi llegada, diré que “caí rendida a los pies” de los que tardé algún tiempo más en conocer. De esos vinos de El Hierro Edición Limitada que fui descubriendo al pasar de los años.
Esta historia de amor comenzó en una charla de un curso de verano, en la que un gran conocedor de los Vinos del Atlántico (vinos de la Macaronesia) nos habló de la Viticultura Heroica. Heroica desde el principio de los tiempos hasta hoy en día. Heroica porque nunca padeció la invasión de la filoxera. Heroica porque nace en terrenos de lava, volcánicos, que se diría que niegan cualquier tipo de colonización vegetal. Heroica porque ha de plantarse en bancales, lo que obliga además a que todas las labores a realizar (poda, azufrado y vendimia) supongan un trabajo de artesanía. No pude resistirme, fue inevitable: me rendí ante esas cepas heroicas.
Llegó después el descubrimiento de las varietales de El Hierro: Verijadiego, Baboso Negro, Bremajuelo… Y al llegar las catas de todos estos vinos, me di cuenta de que nada tenían que ver con aquellas primeras cuartas que había probado. Aquel mes de agosto cambió radicalmente mi percepción de los vinos de El Hierro.
Tras los pasos del vino
Desde el año 1994 existe en la isla elConsejo de Regulador de Denominación de Origen El Hierro, y en la actualidad hay nueve bodegas adscritas. Hay vinos tintos, blancos y rosados. También dos vinos dulces que en varias ocasiones han sido galardonados con premios: uno tinto y otro blanco. Recuerdo la primera vez que probé el Gran Salmor dulce, con aquel cuidado de quien prueba algo que supone que no le va a gustar (no soy yo de vinos dulces), y… ¡sorpresa de nuevo! Es de esos vinos de los que te puedes beber, copita a copita, más del que debieras…
Una vez conocidos los vinos D.O. El Hierro, seguí buscando, seguí aprendiendo. Y llegué a las bodegas tradicionales. De nuevo me asaltó la duda al ir a probar la primera copa, volvió el recuerdo de aquella primera cuarta de vino en un bar… ¡¡nada que ver!! Nada que ver tampoco la denominación del vino, y es que los productores de vino que no embotellan para venta, aquellos que no están adscritos a D.O. El Hierro, y que han heredado las bodegas de tatarabuelos, bisabuelos, abuelos y padres, no hablan de “vino de pata”, e insisten: el vino tradicional de las bodegas de siempre, ese se llama “vino”, simplemente, “… lo de vino de pata es importado de los guachinches de Tenerife, eso aquí en El Hierro no se decía, aquí se le llamaba vino…”.
Los lagares tradicionales son otro mundo: un mundo donde las mujeres no podían entrar en las bodegas porque se decía que estropeaban el vino, donde toda la familia y amigos se juntaban para las vendimias y las aprovechaban también para montar comidas y reuniones como las de las fiestas. Y es que la vendimia no dejaba de ser una fiesta. Aún hoy en día lo es, se lo aseguro. Un investigador y gran conocedor de los vinos y su historia, en su primera visita a El Hierro hace aproximadamente cuatro años dijo: “… Estoy viendo sobre el terreno lo que en Europa sólo puede verse ya en los libros…”.
Hay que mirar mucho más atrás para comprender la importancia del vino en El Hierro. Ya en el siglo XIX se llegaba a producir cerca de un millón trescientos mil litros de vino en esta pequeña isla del Meridiano, de los que la mitad se destinaba a la producción de aguardiente que después exportaban a La Habana (Cuba), donde se dice que era muy cotizado.
Hoy en día se producen muchos menos litros, pero aún se ven los restos de lo que fueron aquellas producciones. De este modo, en La Frontera, aún perviven las viñas “del monte”, entre 300 y 400 metros de altitud, siendo esta la última viña que madura, lo que significa que en este municipio la vendimia en la costa puede empezar a finales de agosto y la del monte se alarga hasta principios de octubre. Al hablar con los mayores de la zona, aún recuerdan la viña metida en el monte, o más bien, dicen ellos, el monte que se ha metido en la viña... Es curioso cómo cada generación lo percibe de modo diferente, dependiendo de la forma en que hemos conocido el paisaje.
También es la viña la que marca el paso de las estaciones más claramente en El Hierro. En invierno, en febrero, es la poda. La primavera trae los primeros racimos y las labores de azufrado. En verano toca recolección. El paisaje otoñal lo marcan las hojas de parra teñidas de rojo, y también el otoño trae la Tafeña, el 31 de octubre. Justo ahora, en tiempo de Tafeña, escribo este post. Esperando estoy a probar las castañas (aunque este año la producción ha sido más bien escasa) y los vinos jóvenes, los que conformarán la cosecha de 2016. Las expectativas en cuanto a litros no son buenas, no solo aquí, sino en Canarias en general, pero estoy segura de que los vinos de El Hierro no defraudarán. Ni los que se comercializan ni los de pequeños productores, los más tradicionales.
Un año más tendremos esa Edición Limitada de “vinos heroicos” con sabor a terruño y a volcán, con recuerdos de lava, unos vinos que recomiendo que no dejen de probar cuando nos visiten. ¿Se atreverían a dejar pasar la oportunidad de disfrutar de uvas cepas antiguas, de variedades únicas que crecen en terrenos impensables, recolectadas a mano, mimadas durante todo un año? Todo esto es lo que hace que cada botella, cada copa de vino de El Hierro, sea una oportunidad de degustar un caldo de auténtica Edición Limitada. ¿Se apuntan a una copa de auténtico lujo?