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Sí, sí, han leído bien: “De cero a mil en cinco kilómetros”. Ni me he vuelto loca, ni me he pasado con los ceros, ni hablo (obviamente) de velocidad. Pero de lo que sí que hablo es de una sensación extrema: asomarse a los miradores de El Hierro.
Créanme, es una oportunidad única. Por algún libro podrán leer que El Hierro es la segunda isla con más pendiente del mundo. Por ello podemos presumir de tener miradores de vértigo, de esos que dejan escapar un “ohhhhhhhhhhhhhhh” en ocasiones, y que en la mayoría nos dejan sin aliento y mudos, sin absolutamente nada que decir.
Y es que, aunque la altura máxima de la isla son 1.501 metros (sí, ese metro es importante), la distancia desde la costa a este punto en una imaginaria línea horizontal no supera los 5 km ¿pueden hacerse una idea de la pendiente?
Desde ahí arriba vemos la costa perfectamente dibujada, y tan cerca que casi nos parecerá poder tocarla. Eso sí, cada mirador, por cerca que esté de otro, es único, inigualable, irrepetible e incomparable al resto. Se les hará terriblemente complicado elegir el que más les gusta.
De norte a sur y de este a oeste, y de mirador en mirador
Voy a intentar llevarles por los miradores más emblemáticos en un intento de descubrirles cómo veo la isla desde las alturas a la costa. ¿Se vienen?
Comenzaremos por el de La Peña, donde además podemos tomarnos un café en el restaurante del mismo nombre, y que es la obra que el genial artista César Manrique legó a esta isla. ¿Las vistas? Los Roques de Salmor, flanqueando a la derecha el impresionante valle de El Golfo; y a la izquierda la playa de Arenas Blancas y Sabinosa, el pueblo más suroccidental de Europa.
De aquí conduciremos hasta Jinama. Como conozco bien los recovecos de la isla, no iré por la carretera general y cogeré un atajo que hay pasados “Los Jarales”, un pequeño pueblo de casas de piedra perfectamente integradas en el paisaje. Hay una señal que marca el camino al mirador. Si se animan, tendrán que ir despacio, es una pista agrícola asfaltada, pero les aseguro que no se arrepentirán. Si es primavera, no hay elección: cojan ese camino, porque es una total explosión de color, las flores inundan cada centímetro cuadrado. ¿Qué veo desde Jinama? De nuevo el Valle de El Golfo, pero sin los Roques de Salmor. La costa de Frontera, Los Llanillos y Las Puntas son protagonistas. Por supuesto desde aquí veo también el campanario de la Iglesia de Candelaria subido en su montaña, la montaña roja de Joapira.
Tiempo de seguir hacia el siguiente mirador. Elijo Lomo Negro. Para ello bajamos por la Cumbre, una carretera de montaña que me llevará desde el fayal-brezal a la costa de Frontera, para coger la vía que lleva hacia la ermita de la Virgen de los Reyes. Desde Lomo Negro tendremos las vistas más áridas del día: volcanes y lava que parece luchar con el mar para arrancarle un poco más de espacio.
La vuelta por la carretera de El Julan, para hacer una parada en el mirador que lleva el mismo nombre. Unan el índice y el pulgar y digan “ohmmmm”, porque el verde de los pinos que bajan por la ladera hasta desaparecer en los marrones y ocres que se funden con la lava negra de la costa y que se integra perfectamente en el azul y la inmensidad del Mar de Las Calmas, pide a gritos, por lo menos, un minuto de mente en blanco, de no pensar de nada, de disfrutar del momento.
Vuelta a la realidad, que aún tenemos miradores por descubrir, y nos metemos de nuevo en el coche para llegar hasta el mirador de Las Playas. Aún no habíamos visto la costa este, y aquí la tenemos. Roque de la Bonanza a la izquierda y Parador a la derecha. Y entre uno y otro, de nuevo el azul del mar, el negro de la lava, los ocres y el verde de los pinares.
Vamos a continuar y acercarnos a Isora para contemplar desde su mirador esta misma costa. Pero olviden lo que han visto desde Las Playas, no encontrarán las mismas referencias. Sólo coincidirán los colores y las sensaciones.
Y ahora es cuando les voy a llevar otra vez sobre los primeros pasos que dimos, porque vamos a llegar hasta el al aparcamiento del sendero de La Llanía. Podría haber sido una parada antes de bajar por la carretera de la Cumbre. Pero al mirador de La Llanía se llega caminando, y me gusta dejarlo para el final porque es una forma de conectar con el suelo antes de asomarnos a un balcón en pleno centro del Valle de El Golfo. Termino el día con este sendero y con la frase de un volcanólogo italiano al que acompañé una vez haciendo una ruta por los miradores de El Hierro, y al llegar a este dijo: “Cristina, acabas de subirme al cielo”.
Y desde aquí, desde el cielo de la isla de El Hierro, me despido de ustedes hasta el próximo paseo.