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A lo largo de estos años han sido muchos los kilómetros que he caminado en El Hierro, pero hace algunas semanas decidí repetir uno de ellos de forma diferente, quise hacer el Camino de Jinama “sobre los pasos de la historia de El Hierro”.
No es difícil encontrar información sobre la importancia botánica de este camino, donde nos encontramos con especies pertenecientes a la laurisilva (bosque relicto del Terciario que en la actualidad sólo podemos encontrar en las islas de la Macaronesia). Del mismo modo es usual leer en las guías acerca de la importancia etnográfica que tiene, ya que era utilizado hasta finales de los años 50 para las “mudadas”, que no era otra cosa que una trashumancia que se hacía dos veces al año desde la zona norte de la isla al Valle de El Golfo: una en invierno para aprovechar los pastos, y otra en verano para la vendimia. Así encontraremos a lo largo del camino diferentes carteles que nos recuerdan las costumbres de aquellos caminantes que subían y bajaban Jinama, no por placer, como lo hacemos hoy en día, sino por necesidad, bastante más cargados y menos equipados de lo que vamos en la actualidad.
El Camino
Los puntos más conocidos están marcados, y así iremos viendo carteles de madera que nos señalan, entre otros: “El Mocán de Los Cochinos”, donde se solían dejar amarrados los cerdos cuando se cansaban durante el trayecto de la mudada; “El Mocán de la Sombra”, donde, tal como nos dice su nombre, los caminantes, los de antes y los de ahora, aprovecharán para resguardarse del sol en los días de calor; “El Hoyo de Tincos”, hondonada que oculta en su parte alta la “Fuente de Tincos”, aquella que, cuenta la leyenda, hiciera el bimbache del mismo nombre con sus lágrimas por haberse visto obligado a matar a su amada como castigo por la traición de desvelar el secreto del Garoé a los conquistadores; “El Descansadero de la Virgen”, donde se para la Virgen de los Reyes con su comitiva cada cuatro años cuando sube desde la iglesia de Candelaria a San Andrés durante el mes de La Bajada (prontito podremos verlo, en julio de 2017, yo recomiendo no perdérselo, si se animan “en el camino nos vemos”…); “La Cueva de las Pipas”, por el parecido de unas piedras que hay en su interior con los recipientes utilizados en las bodegas para el vino, que se llamaban pipas; o “El Miradero”, que hoy nos parece tan sólo un mirador, pero que servía para dar llamadas de aviso, por la acústica del lugar, que hacía que se escuchasen las voces en el Valle, y que también se utilizaba para el “malgareo” (crítica social, prohibida y penada por ley, que se hacía cuando un animal moría repartiendo las partes entre la gente del pueblo, y que más de una vez, cuentan, solía acabar con tiros de la Guardia Civil y los “malgareadores” huyendo).
Don Alfonso y doña Eda
Pero a mí me apetecía hacer una ruta diferente, buscar los sonidos y las imágenes del pasado, y para ello busqué los relatos de quienes habían vivido las mudadas, de aquellos que habían comenzado a hacer el camino allá por los años 20, 30 o 40 por pura necesidad.
Y fue así como pasé una mañana con don Alfonso y doña Eda, escuchando la historia que aún pervive en los caminos, contada por aquellos que fueron testigos presenciales. Me contaba don Alfonso que no había reloj, pero que tampoco les hacía falta, antes conocían bien el cielo, y buscaban así en él “Las Cabrillas”, “El Arado”, “El Lucero”… y es que era la posición de estas estrellas la que les daba la hora. Las estrellas, y los tréboles, porque “… cuando los tréboles se empezaban a cerrar en San Andrés, eso quería decir que ya iba a oscurecer.” Doña Eda me contaba que cuando se mudaba al norte de “chica” con sus padres, la madre “lo poquito que tenía lo mudaba todo, dejaba sólo una sábana, una trapera, un caldero, un plato, una cuchara y un tenedor para que cuando mi padre tuviese que bajar a algo, a las viñas, a por vino, tuviese en qué dormir y en qué cocinar”. Así que cargaban una mula con canastas en las que metían todo lo que podían “¡hasta las gallinas iban colgando de las bestias”!
Ellos no se mudaban por Jinama, se mudaban por Tibataje. Por Jinama bajaban los que se mudaban a Los Llanillos. Dos caminos diferentes que unen el Valle de El Golfo con la zona norte y que, aunque diferentes en el trazado, hablan de las mismas costumbres.
Podría haberme quedado todo el día escuchándoles, pero quería subir Jinama con el relato de Alfonso y Eda fresco en la mente.
Y les aseguro que fue un camino muy diferente. Tras conocer la historia tan de cerca, tras haberla escuchado de boca de sus protagonistas, cada piedra que uno pisa parece que le habla. Y así subí Jinama escuchando el murmullo de la gente, las herraduras de las mulas cargada con sábanas, calderos, comida, y hasta con algún que otro niño metido en una canasta… No pude evitar pensar en las chicas subiendo en alpargatas, con los zapatos en la mano para no estropearlos, a la fiesta de San Andrés, o al baile del Casino, donde se tocaban “piezas para solteros, para casados y para transeúntes”.
Y la verdad es que, tras tres kilómetros de subida cargando sólo con una mochila con un poco de fruta, agua y un bocadillo, no pude evitar que se me viniesen a la cabeza dos frases, una de doña Eda y otra de don Alfonso: “Semejante risco malo para subir por ahí p’arriba” y “Las mudadas eran muy crueles”.
Pero ¿saben qué?, que por encima de estas dos frases se ríen contando anécdotas y recuerdan aquellos tiempos con una sonrisa en la boca, con sosiego y con dulzura en la mirada, y con esto han logrado que el Camino de Jinama ya no sea para mí cuatro kilómetros y medio de subida con paisajes increíbles y vistas que quitan el hipo, sino cuatro kilómetros y medio de “sus vidas”, las de aquellos que lo recorrieron como parte de su día a día.
Cuatro kilómetros y medio de historia que sigue aún viva en El Hierro.