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Existe un rincón en Tenerife que me conquista cada vez que lo visito. Es un pequeño pedazo de paraíso en la tierra, un vergel digno de las Hespérides. En el norte de Tenerife, entre el Puerto de la Cruz y la playa del Socorro de Los Realejos, reposa en el fondo de un barranco un jardín que merece la pena ser visitado con los cinco sentidos, que merece ser vivido.
A estas alturas de año, el calendario se va desperezando y la primavera despierta, crecen las ganas de salir, de pasear al aire libre. El buen tiempo nos hace más intrépidos. Ese impulso catalizador nos hace ir cambiando los domingos de “peli y manta” por experiencias más activas. Para poder alimentar esas ganas de aire libre hay numerosas opciones de paseos en el norte de Tenerife, pero mi opción favorita, la que me tiene el corazón ganado, es este pequeño vergel llamado Rambla de Castro.
El camino parte desde el Hotel Maritim, en el Puerto de la Cruz, junto al barrio de Punta Brava. Justo al comienzo nos encontramos un panel informativo que nos indica que nos disponemos a aprender muchas cosas curiosas e interesantes durante todo el recorrido. Además, no hay pérdida, desde el primer cartel que dice “hacia el mirador de San Pedro y La Casona”, todo el recorrido está muy bien señalizado.
A los pies del camino vemos la playa de Los Roques, una playa de cayados presidida por un enorme peñasco y que sólo nos revela su arena durante los meses de verano. El camino en este tramo muestra un completo ejemplo bien avenido de vegetación costera, paisajes pétreos y de construcciones turísticas.
La Gordejuela, ruina singular
Pasada la urbanización de La Romántica, al llegar a un recodo del camino, aparece ante nosotros un enorme edificio en ruinas llamado La Gordejuela. Tanto el Puerto de la Cruz como otros pueblos del norte se abastecían de los manantiales costeros que abundan en esta zona. En 1903 se construyó La Gordejuela, un antiguo elevador de aguas, una edificación que albergaba una máquina de vapor con la que se remontaba el caudal de agua recogida. Impone el tamaño de su estructura abandonada y la pronunciada pendiente sobre la que se asienta. No es de extrañar que sea una de las vistas más fotografiadas de Tenerife por su enorme singularidad.
Poco después, por este camino rodeado de palmeras canarias, cardones, tabaibas y pequeños dragos, encontramos una vereda que desciende a la segunda playa de nuestro recorrido. La Fajana es una playa muy poco transitada, muy tranquila. Resguardada por un escarpado acantilado, los nacientes de agua dulce pintan de verdor las rocas. En verano, cuando las tranquilas mareas cálidas depositan la arena en la orilla, se convierte en una de las playas más paradisíacas de Tenerife.
Continuando con el sendero se llega al Fortín de San Fernando, una pequeña construcción defensiva erigida a finales del siglo XVIII. Nos encontramos con la sorpresa de que el acceso está cortado y no podemos llegar hasta sus cañones, el camino requiere mantenimiento. Se cuenta que anduvieron por estos lares afamados piratas que asaltaban las embarcaciones que partían rumbo a la península y América, así que en 1808 la familia Bethencourt y Castro ordenó construir una tronera compuesta por cinco cañones, de los que actualmente se conservan tres.
Aún hoy, y sin poder acceder al fortín, me gusta cerrar los ojos y escuchar el batir de las olas, el canto de los pájaros, notar la brisa que trae salitre a mi rostro e imaginarme los barcos piratas fondeados frente la playa de Rambla de Castro a la espera del mejor momento para el ataque. Me imagino los cinco cañones del fortín tronando intimidantes. Es muy fácil imaginarse todo aquello en la pequeña cápsula del tiempo en el que se ha convertido este paraje.
Exuberante vegetación en Rambla de Castro
La Rambla de Castro siempre fue un lugar de extraordinaria riqueza. Tras la conquista de la isla, D. Hernando de Castro estableció aquí su hacienda. Inicialmente la finca se dedicó al cultivo de la caña de azúcar, aunque después se entregaría a la vid. La gran riqueza de la Rambla de Castro era la abundancia de agua que dejó reflejada el viajero Adolph Coquet en sus escritos “… manantiales que brotaban por todas partes, uniendo su dulce murmullo al ruido de las olas…”. El naciente principal es llamado “La Madre del Agua” y se rodea de una arboleda de característicos aromas y colores.
Se trata de un paseo muy bien acondicionado, accesible y en el que te sueles encontrar a otros paseantes que aprovechan sus domingos para una caminata familiar, para pasear a sus mascotas o simplemente para respirar la brisa marina. Con suerte incluso puedes encontrar algún rodaje. Este lugar ya ejerció de plató cinematográfico para escenas de la primera versión de Moby Dick y también fue escenario de la acción del agente 007. Últimamente se ha convertido en viral un video rodado con dron y que ha llevado las imágenes de la Gordejuela y su entorno hasta el último rincón del planeta virtual.
De frente nos encontramos la Casona de los Castro, imponente edificación tradicional que otea el paisaje y cuya existencia se remonta a los tiempos de la conquista de la isla, cuando el Adelantado Fernández de Lugo recompensó a Hernando Castro por su colaboración en la conquista de Tenerife. Actualmente es la sede de un aula de la naturaleza municipal, así que no es de extrañar ver a grupos de escolares revolotear por la zona, aprendiendo a conocer y proteger el medioambiente en el mejor marco posible.
Después de visitar la Casona subimos hacia el mirador San Pedro, donde nos encontramos la ermita del mismo nombre construida en el siglo XVI. El camino está salteado por una vegetación exuberante y el tono azul del basalto de la calzada parece combinar a la perfección con el azul del océano Atlántico y los cielos despejados con los que nos suele obsequiar la primavera.
Por último nos queda alcanzar la conocida playa del Socorro donde nos disponemos a reponer fuerzas mientras presenciamos el espectacular atardecer del norte de Tenerife. Los jóvenes surferos cabalgan las olas casi hasta la noche. Los miramos con condescendencia desde la terraza mientras degustamos unos calamares fritos y una cerveza fría.
La llegada de la energía primaveral invita a pasear por este pequeño espacio protegido atravesado por suaves senderos, frondosa vegetación, chorros, tajeas borboteantes, playas vírgenes, miradores, paradigmas de la arquitectura tradicional canaria y ecos históricos. Un paseo dominguero por los senderos que atraviesa la costa desde el Puerto de la Cruz hasta la playa del Socorro suele convertirse en la mejor alternativa al plan de “peli y manta”.