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En el viaje de hoy dirijo mis pasos a la isla de Fuerteventura, hasta una zona muy concreta de la misma: la península de Jandía. Dentro de los límites del Parque Natural de Jandía existe un paraje que aúna, como quizá ningún otro, naturaleza, historia y misterio: me refiero a la playa de Cofete y a la enigmática villa Winter.
La inmensa playa de Cofete es uno de los reductos de la naturaleza de las Islas Canarias que aún permanece intacto, virgen, aislado de la vorágine del mundo, prácticamente sin presencia humana y de dimensiones realmente destacables: más de doce kilómetros de extensión.
Atraída por la leyenda, decido acudir al encuentro de lo desconocido, así que tras dejar el pueblo de Morro Jable, en el sur de la isla, me adentro por una carretera de tierra, sin atisbo de civilización, que me lleva a mi destino.
Esta carretera conduce al faro de Punta Jandía, situado en el extremo sur de Fuerteventura, donde podemos extasiarnos con la salvaje belleza del lugar y reponer fuerzas con un exquisito caldo de pescado en la pequeña aldea aledaña al faro: el Puertito de la Cruz.
Hoy haré el trayecto en coche, pero también existe la posibilidad de realizarlo en un original “guagua” 4x4 que parte desde la estación de autobuses de Morro Jable dos veces al día, brindando al viajero la posibilidad de desplazarse en transporte público por este paraje.
Tras ascender por la pendiente puedo, ¡por fin!, divisar desde el mirador de la Degollada Agua Oveja una panorámica espectacular de la playa de Cofete, ¡es impresionante! Además, a lo largo del camino me voy fijando en los fabulosos ejemplares de cardones, una de las especies de flora endémica canaria que puede vivir más de cien años y que en esta zona se muestran con gran esplendor gracias a su aislamiento.
Apenas cinco minutos después me encuentro en la arena, extasiada ante las vistas que se abren ante mí: a un lado, la inmensidad del océano; al otro, el macizo de Jandía, que alberga las montañas más elevadas de la isla. El paisaje es indescriptible. Quiero darme un baño, pero con mucha precaución, ya que las corrientes en esta zona de la isla son más fuertes.
La leyenda de los Winter
Tras estacionar en el pequeño aparcamiento situado al lado de un sorprendente y pintoresco cementerio, avanzo hacia la pequeña aldea de Cofete, un lugar donde el tiempo parece haberse detenido y donde cada piedra irradia una paz y tranquilidad que invita al viajero a relajarse.
Miro hacia las montañas y allí la veo. A una distancia de apenas dos kilómetros se erige desafiante y orgullosa la famosa villa Winter. Construida a mediados del siglo XX por el ingeniero alemán Gustav Winter, la casa tiene un cuerpo rectangular con varios arcos y una torre elevada. Nada más llegar a sus inmediaciones aparece la primera sorpresa: muestras de metralla y balas se ven en su exterior. En un agradable paseo hacia ella me dejo seducir por la leyenda que la acompaña.
Se dice que la casa fue construida con financiación secreta de altos dignatarios del régimen nazi para aprovisionar los submarinos alemanes en la Segunda Guerra Mundial. También se ha dicho que era lugar de reunión secreto de los oficiales del nazismo en el transcurso de la guerra o que sirvió de refugio a algunos de ellos tras la derrota alemana; incluso, circula la leyenda entre los más ancianos del lugar que fue el mismo Adolf Hitler el que, tras escapar de Berlín, hizo escala aquí antes de partir hacia Sudamérica. Desconozco la veracidad de todos estos relatos, pero lo cierto es que, al observarla, no puedo dejar de preguntarme cuál fue la razón de erigir una casa en aquella época y en un lugar tan inaccesible.
Por si fuera poco, y para aumentar aún más el enigma, el estado semiabandonado en el que se encuentra inspira una sensación de inquietud y misterio tal que casi se puede sentir la piedra susurrando, confirmando o desmintiendo estas leyendas arraigadas.
Tras sentir un ligero escalofrío, me relajo y continúo paseando hacia el sur de la playa reflexionando acerca de lo que acabo de ver, hasta que, a una media hora de camino, encuentro el Roque del Moro, final de la playa de Cofete y de mi recorrido de hoy.
El sol brilla todavía en el horizonte y puedo permitirme dejar volar mi imaginación en un lugar mágico y sobrecogedor, sintiendo que estoy sola en el fin del mundo.